Pese a las nuevas informaciones sobre las penosas andanzas de Juan Carlos de Borbón y de la corte de amiguetes que le han acompañado y encubierto en las mismas durante años, existe un cortafuegos poderoso, diseñado y pactado en las estructuras profundas del Estado con la complicidad de los grandes grupos que controlan los principales medios de comunicación en Madrid, que le mantiene protegido y a salvo. Lo de la pérdida de prestigio personal y de la marca e imagen de la Monarquía ya no tiene remedio. Todo un pozo de insalubridad ética, política e institucional. Cuatro años ya desde que salió por piernas al exilio de lujo en que vive ahora en Abu Dhabi –con viajes periódicos de vuelta para participar en algún fiestón–, huyendo de las sombras de sus fantasmas. Ya he escrito que me interesan nada sus devaneos sexuales con una u otra mujer, más allá de la penosa imagen que trasladan de él mismo, de su familia, del Estado y de la sociedad a la que ha representado años como máxima institución de ese Estado. Importa y mucho los costes que tuvieron para las arcas públicas.

Como importa y mucho también el alcance real y el origen del enriquecimiento desmesurado que acumuló en función de su cargo de responsabilidad pública como jefe del Estado y de sus salchuchos y delitos fiscales o de su papel político real en el 23-F. Como ya se sabe que de todo ello Juan Carlos de Borbón está fuerza del alcance de la justicia porque la justicia no es para tipos como él, estaría bien al menos saber el coste del encubrimiento de esas amantes y del pago de los sucesivos chantajes que hubo que solucionar con pasta y prebendas varias. Si su vida sexual puede ser indiferente, los nuevos audios que se han publicado los últimos días en lo que expresa opiniones que lo mismo hablan de otras amantes que de la política de Estado resultan asquerosos. Si él no tiene responsabilidad legal alguna, quienes cometieron aquellos actos cediendo a los chantajes y comprando con dinero público silencios, sí la tienen. Política y quizá penal. Curiosamente, González y Aznar se hacen ahora los orejas.

Cosas del pasado o mercancía ya caducada, son los argumentos de la política para escaquearse de sus responsabilidades. Los mismos viejos dinosaurios que aún siguen diciendo a los nuevos responsables políticos que les sucedieron y al conjunto de ciudadanas y ciudadanos lo que tienen que hacer y pensar. Esa elusión de responsabilidades ha derivado la cuestión de estos pagos, en los que están implicados gobiernos, la Casa Real, amigos y servicios secretos, a los programas de la telebasura donde todo se trivializa y acaba enmarañado en una confusión de datos y broncas entre tertulianos y programas. Allí donde se defiende con semblante serio que las responsabilidad de un Rey no son de este mundo –ni idea cuál será el mudo de sus responsabilidades–, y chorradas de similares.

El objetivo es que los asuntos que desvelan esos audios que implican mala praxis de las estructuras del Estado no lleguen al debate público ni a las instituciones políticas. De hecho, llegaron hace mucho tiempo y se conocen, pero siguen bien protegidos en el cajón de los olvidos del pasado, a la espera de tiempos mejores para la verdad, de los asuntos incómodos amparados por la impunidad. Y hoy se viene otro día estelar con la corrupción.