Cada día, al comenzar el Telediario, entro en barrena moral. Ya he pasado por todas las fases: el asombro, la incredulidad, la pena, el llanto, el dolor, la rabia, la furia y la mala hostia. Así que ahora solo aspiro a la venganza. Y eso es precisamente lo que me inquieta, lo que me hace dudar de mi estado mental, de mi rectitud moral, de mi ética occidental blindada por la corrección. Y es ese deseo de venganza, el buscar un desquite a la altura de la masacre diaria y sin compasión alguna, lo que me inquieta. El imaginar, siquiera por un momento, que la crueldad, las bombas y la sangre puedan cambiar de acera. Ustedes lo ven, cada día las noticias arrancan con más y más muertos gazatíes y más bombas y litros y litros de sangre que rocían la escombrera de Gaza y niños segados a la altura de las piernas y viejos quemados y mujeres desgajadas por el dolor y gritos sin eco porque ya no hay cielo protector ni dios al que implorar compasión. Así que si Netanyahu justifica este genocidio como un efecto colateral y necesario para acabar con la cúpula de Hamás y la de Hezbolá, que no serán más de 15 personas, e insiste en acabar , si es preciso, con dos millones de palestinos como arte y parte de esta guerra que no hay Dios que la pare ni nación que la frene ni derecho que lo juzgue; entonces, y solo entonces, pienso, podría ser lícito bombardear el cinturón bíblico de Jerusalén y acabar así con Netanyahu y esa cúpula militar que ha confundido la Tierra Prometida con el Juicio Final. Llegados a este punto, me pregunto dónde empieza mi locura, mi inhumanidad, mi deriva ideológico-terrorista o mi deterioro mental a sabiendas que la guerra es la prolongación inhumana de la política y que solo engendra monstruos.
Me miro en el espejo por si acaso, pero en él se refleja la última matanza de Israel en Yabilia, donde la mayoría de los muertos son niños y mujeres.
Y sí, observo un rostro que da miedo.