Más nos valdría estar prevenidos frente a los todistas, aquellos que harían todo, absolutamente todo, por una idea, por una consigna o por una orden. Los todistas están programados para acatar cualquier cosa. Obedecen sin más, sin grandes preguntas ni reparos. Esta gente ha existido y existirá, y resulta peligrosa. En contextos sombríos esos elementos han florecido como setas venenosas. Cuando tienen que rendir cuentas se muestran totémicos, como el excomisario Eugenio Pino, que hace poco en el Congreso dijo que “lo haría todo por España”. “Todo es todo”, agregó altivo. De salvapatrias sin límites hemos ido sobrados en estas décadas.
Luego están los nadistas, que son muchos más, incapaces de mover un dedo por el prójimo si eso les compromete. Expertos en ponerse de perfil, forman parte de la masa silenciosa incluso en situaciones tremebundas.. No se indignarán ni aunque la sangre llegue al río, y del río pase al mar, y el vapor forme calima. A lo sumo sacarán un chubasquero, lamentarán la humedad y harán alguna rogativa.
La plegaria –ya sea pública o privada, civil o religiosa– ofrece un gran parapeto. Es un recurso decoroso a la par que práctico. Compromete lo justo. Puede servir de eximente, de tranquilizante y muleta en un país que combina grandes dosis de individualismo con un sustrato católico y catolicón. Así cada cual carga con su cruz, y nada y guarda la ropa mientras el mundo se desborda.
Nuestros credos derivan en gran parte del tipo de información recibida y sustraída a lo largo de la vida. Por ello, poca gente puede vivir del cuento pero mucha cree en fábulas dulzonas. La “paz franquista”, por ejemplo, fue una falacia enorme y una colosal enredadera. Tanto que a día de hoy aún prende entre la tropa de ultras e incautos, que en su imaginario transforman 40 años de historia penosa en una dictablanda que transitó a la reconciliación y al Dabadabadá como por arte de magia. Esas falacias existen, se agarran como las malas hierbas y descascarillan algunos radiadores de la convivencia.
Ojo con ser insensibles al dolor. El sufrimiento ajeno siempre ha sido terreno abonado para autoritarios, sádicos o o psicópatas
La nadería llama a la ignorancia y esta conduce a la ausencia de empatía. La desmemoria redujo al exilio republicano a una suerte de excedente; un episodio de infortunio y turbulencias, historias, de penas viejas que más valía olvidar. Ese mismo marco amnésico, o a lo sumo de conmiseración, es el que se aplica en la actualidad con los migrantes y exiliados recién llegados, como advierte el historiador Josu Chueca. El sistema busca justificarse ante gente que se ha jugado la vida pero que ha retado las reglas del juego. Si no conocemos la historia de la migración republicana, difícilmente podremos empatizar con la africana. Si no tenemos ni idea de lo que pasa en África, seremos incapaces de entender lo que sucede en Europa, y terminaremos por normalizar una deshumanización intolerable, con mayor tranquilidad si cabe si esta viene con aval europeo.
Para mirar de frente a los problemas hay que conocerlos mejor. Para prevenir el racismo, la xenofobia, y otras vulneraciones de derechos humanos, son cruciales la información, la investigación y el análisis. Si nos desconectamos nos despeñaremos por una pendiente de laxitud, y los lamentos se volverán cínicos. Más ahora, cuando las pulsiones autoritarias vuelven a estar en boga, y necesitan desprevenidos, tontos útiles, y mucho pasotismo para poder ejercitarse.
Mucho ojo entonces con ser insensibles al dolor. El sufrimiento ajeno siempre ha sido terreno abonado para autoritarios, sádicos o psicópatas. Una lección histórica que deberíamos tener aprendida al dedillo a estas alturas, está volviendo a caer en saco roto. Esta es la tragedia.