Me dolía la cabeza y salí a dar un paseo. Al principio, todo iba bien: no había mucha gente. Y la que había, me resultaba desconocida, lo cual era perfecto. Por desgracia, al doblar una esquina, me topé con un viejo conocido. Otro escritor, para más inri. Pensé: cada vez hay más escritores. No obstante, le dije: ¡Me alegro de verte! No sé por qué lo dije, pero él se sintió obligado a invitarme a tomar algo. Así que no pude negarme. Fuimos a un bar y, tal como me temía, se puso a contarme sus proyectos literarios. Dijo que estaba escribiendo una novela de ciencia ficción. Trata de una sociedad en la que todas las personas viven solas,o con un animal mimado, en apartamentos individuales, inmersas en sofisticados programas de realidad virtual y masturbándose con aparatos eléctricos. Eso dijo. Suena bien, le dije yo. Por decir algo. Qué le iba a decir. En realidad, nunca nos hemos tenido demasiada confianza. Así que puede que pensara que me estaba riendo de él. De hecho, es posible que lo hiciera sin darme cuenta. En fin, cuando nos despedimos, fui a buscar una farmacia y me tomé un ibuprofeno. Y mientras emprendía el camino de regreso a casa, buscando, como es lógico, las calles menos transitadas, pensé en esa historia de supuesta ciencia ficción que me había contado. ¿Gente sola en apartamentos? ¿Gente colgada de redes sociales de fantasía creíble? ¿Con sus chismes de placer y sus animalitos? Menuda novedad, ¿dónde está ahí la ciencia ficción? Eso, en todo caso, será realismo sucio, pensé. En varios países ya existe el Ministerio de la soledad. Y pronto existirá también el Ministerio de la realidad virtual. Y la dirección general de los animales íntimos. No obstante, al salir del bar, justo un momento antes de despedirnos le dije, quizá un poco en broma, que podría titularla Un mundo feliz, aunque creo que no le hizo gracia porque me miró raro.