Otro pleno del Ayuntamiento de Iruña en el que la aportación de UPN se limita a lanzar insultos, descalificaciones y acusaciones tan graves como infundadas. A Asirón la concejala María Caballero le acabó llamando machista y dictador. Es la política de los patanes, la que surfea las olas del debate público cuando no hay propuestas, alternativas ni capacidad de crítica fundadas. No aporta nada a UPN, ni a la ciudad ni a los pamploneses y pamplonesas. Supongo que a Asirón no le habrán hecho ninguna gracia estas delicadezas del lenguaje, pero en el bajo nivel dialéctico de la política actual aguantar este tipo de impertinencias va, si no en el sueldo, en el cargo. Pero lo peor lo protagonizó Cristina Ibarrola, quien señaló al concejal de EH Bildu, Borja Izaguirre de estar del lado del “tiro en la nuca”. La acusación de complicidad con asesinatos –sin fundamente alguno, además–, sobrepasa todo lo admisible. No encaja ni en la libertad de opinión, ni en la libertad de expresión ni el ejercicio de la crítica posible. Un señalamiento inaceptable. ¿Qué hubiera sentido y dicho la propia Ibarrola si otro concejal le acusa, solo por formar parte de UPN hoy, de estar de lado de quienes llenaron las tapias de los cementerios, los campos y las cunetas de cadáveres de navarras y navarros inocentes fusilados? Será reprobada Ibarroa posiblemente por el Ayuntamiento de Pamplona –su compañero Labairu ya lo fue por bastante menos–, pero en este caso, además, puede conllevar incluso responsabilidades penales. No es nueva está apuesta de UPN por centrar su posición política en la algarabía, los insultos, las mentiras, la crispación y la polarización. LLeva en ello desde que perdiera el gobierno por su nefasta gestión en 2015 y sus resultados han sido escasos. Sólo ha ido aumentando su autoaislamiento como lugar donde ir rumiando, cada en mayor soledad, sus rencores por las sucesivas derrotas. Y si sigue transitando por ese camino en que el insulto al resto de adversarios políticos –su ex socio del PP incluido–, es su única fórmula de visibilidad, sin alternativas, ni planteamientos y sin capacidad de diálogo difícilmente saldrá de ese círculo cerrado en el que se ha instalado. Mirar para otro lado ante esos discursos y mensajes será un grave error para afrontar con las mejores garantías de diálogo y consenso el futuro complicado que se avecina para Navarra. Todo ello tiene que ver mucho con un sistema político en el que ahora la mentira y la negativa a asumir responsabilidades forman su esencia básica. El comportamiento de Ibarrola en los plenos no oculta un intento desesperado de tratar de instalar en la política navarra el mismo ambiente que la miseria política y mediática que emana de Madrid desde hace unos años. Esa política que carcome y emponzoña el debate público en la que ni la mentira, ni la corrupción tienen coste alguno. Los insultos, las acusaciones infundadas, las mentiras tóxicas lo invaden todo. Mentir ya no es uno de los peores pecados políticos, como lo ha sido en las democracias occidentales, aunque España también en eso ha sido una excepción histórica. La mentira se ha impuesto en la política –que se lo pregunten a Mazón–, porque el argumento final parte del convencimiento de que las ciudadanas y ciudadanos son igualmente ignorantes. La mentira es la puerta abierta al todo vale.