Cuando alguien comete un error, lo primero que hay que pedirle es que reaccione con humildad, y eso es lo que hemos echado de menos en la flagrante equivocación del VAR con el gol anulado a Lewandowski por un fuera de juego que solo habría sido posible si el polaco usara los zapatones de un payaso de circo.
Oír a Clos Gómez, jefazo del VAR en España, decir –para colmo, con cierta chulería– que fue una decisión acertada porque el sistema “funciona perfectamente” es un sostenella y no enmendalla que le hace un triste favor al arbitraje.
Podemos entender que la herramienta del VAR no sea perfecta –por mucho que se equivoque lo hará menos que el ojo humano de los jueces de línea– o que haya que esperar unos años hasta que la tecnología la haga impecable. Pero si es así, que lo digan así, en vez de cerrarse en banda ante un error tan obvio. Sobra toda la petulancia cuando se mete la pata hasta el fondo.