Suelo dedicar casi cada año una de estas columnas a la cita de Davos, la ciudad más alta de Europa donde se concentran cada 12 meses los que se consideran líderes del mundo con algo siempre importante que decir al resto de los humanos. Releyendo las anteriores me queda la impresión de que en realidad nada ha cambiado a mejor, sino al contrario, casi todo ha cambiado a peor. El unilateralismo político de Trump, el negacionismo de la emergencia climática, el regreso del lenguaje y la amenaza belicista, la reducción de las previsiones de crecimiento económico, la precarización laboral creciente sobre todo en las nuevas generaciones, el aumento de la desigualdad entre seres humanos o la involución del reparto de la riqueza en favor de quienes más poseen no han encontrado ni alternativa ni respuestas en cumbre de Davos alguna.

Davos es siempre un mal lugar para los intereses de la mayor parte de las especies que habitan este planeta, también para la especie humana. Sus decisiones acaban siendo un listado de malas noticias para cientos de millones de personas. La globalización no solo no ha puesto final a las desigualdades del sistema capitalista, sino que las ha acrecentado. No solo no ha transformado el capitalismo, sino que ha sustituido el capitalismo productivo por un capitalismo especulativo en el que el objetivo prácticamente ya único del máximo beneficio ha irrumpido en las entrañas de los bienes más básicos para la supervivencia de los seres humanos: el agua, los alimentos, la energía, la calidad medioambiental, el clima, la vivienda, la educación, el conocimiento, la ciencia, etcétera. Son ya objetivos de la avaricia mercantilista.

La consigna estrella de este año ha sido elevar la inversión pública en armas al 5% a costa de la pensiones y de la sanidad. Es decir, otro paso más en la privatización de las prestaciones públicas como ansía desde hace décadas el capitalismo. También se ha renovado la ofensiva por regresar a la energía nuclear. Viejas luchas ganadas, la antinuclear y la antiarmementística, que ahora se pierden. Más recursos del bien común a los bolsillos privados de los propietarios de las grandes corporaciones. El crecimiento exponencial de la desigualdad amenaza ya severamente derechos fundamentales. No se trata de demagogia, sino de la urgente necesidad de revisar el orden de prioridades de las políticas para evitar el regreso a los desequilibrios económicos y sociales viejos y nuevos y a sus desgarradoras consecuencias.

De impulsar una democracia social como alternativa a la democracia liberal del sálvese quien pueda, que asiente de forma estructural la cohesión y equidad de la sociedad como mejor fórmula de estabilidad y de convivencia. Lo otro es caos, violencia, guetos y miseria. Una cumbre con la falsa imagen de un paternalismo condescendiente con el resto de los ciudadanos que protagonizan los dirigentes políticos henchidos de prepotencia y palabras vacías que se convocan mutuamente para una apariencia de decisión sobre cuestiones fundamentales para la convivencia diaria de sus conciudadanos, pero esas decisiones ya han sido tomadas en otros lugares por otras personas, otros poderes no democráticos, oscurantistas y sujetos a exclusivos intereses particulares. A mí, me sigue pareciendo un pozo de inhumanidad muy profundo y muy negro.