El sátrapa de Estados Unidos (un sistema democrático, cierto, pero no por ello es él menos déspota o arbitrario) firma decretos como si necesitara de alguna manera quemarlo todo. No quiero entrar en imaginar qué oscuras razones tendrá esa persona o el equipo que lo ha creado para convertirlo en ese personaje capaz de demoler lo que ellos llaman América pretendiendo vender que la hará grande de nuevo.
Él y su banda de ultramillonarios (ultras y millonarios) realizan su caza de brujas donde no había brujas sino personas con derechos vulnerados que poco a poco, muy poco a poco, iban recibiendo algún cuidado o restitución. Y esto sucede en todas las agencias y departamentos públicos donde se conmina a la gente a delatar a quien pueda ser sospechoso; de nuevo el señalamiento racista, sexista, lgtbifóbico; de nuevo el odio y la envidia elevados a norma social. Y retransmitido en directo para todo el mundo, así que no nos deberá extrañar que, si un día tenemos la desdicha de que gente así acceda al gobierno de nuestra casa, eliminen las políticas de igualdad, diversidad, equidad o de memoria… Si lo pensamos bien, esto ya estaba empezando a suceder incluso antes de que Trump se cargara un poco más el mundo esta semana. Y con no menos publicidad que impunidad, porque parece que todo vale para eliminar libertades en nombre de su libertad.
Ahora cuando lea alguna noticia sobre la NASA no podré dejar de estremecerme al pensar que esos maravillosos paisajes de Marte o Júpiter o esas imágenes del universo vienen ahora con un sello sangriento: el de que ya no se respetan ahí las políticas de inclusión, que muchas de sus excelentes profesionales están siendo ahora cuestionadas o directamente despedidas. Habrá que recordarlo, que denunciarlo. Porque el silencio, más que nunca, será cómplice.