Se cumplen cinco años del primer caso de coronavirus en el Estado, un turista alemán en La Gomera. El virus se iba extendiendo desde semanas atrás por el mundo, pero no podíamos ser capaces de prever su alcance en pocas semanas y sus consecuencias. Como siempre, a cada nueva enfermedad que apunta a convertirse en una pandemia mundial le acompañaba una inmensa sobreinformación diaria con todo tipo de detalles sanitarios, territoriales, científicos, pesudocientíficos, también conspiranoicos, económicos, bursátiles, valoraciones de expertos, ciudadanos navarros o navarras en nuestro caso pillados en la zona cero del origen o en sus zonas de expansión, protocolos que cambian según evolucionan día a día los acontecimientos...

Un ingente volumen de datos, noticias, análisis, opiniones y testimonios que acaban conformando un cajón de sastre en el que la confusión acaba sobreponiéndose. Mucho de todo ello ahora sirve para sonrojarse, ironizar, reír o llorar. Ni siquiera podíamos ser capaces de ver lo que apuntaba el horizonte cercano. Apenas un mes y medio después, llegó el confinamiento. En ese momento era el covid-19, pero antes fueron las vacas locas, el scrapie, la gripe A, el terrible sida... Todos ellos comparten de partida la incertidumbre de la irrupción de lo desconocido, acrecentada por tratarse de un ámbito, el de la salud, que convierte el miedo en una necesidad humana ante el riesgo de la causa y las consecuencias de una enfermedad nueva e inesperada. Y nada garantiza que no pueda suceder de nuevo.

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La lucha contra el coronavirus en Urgencias del Hospital de Navarra Diario de Noticias de Navarra

La investigación biológica ya sea como negocio de los laboratorios farmacéuticos o como elemento de defensa militar por parte de los oligopolios armamentísticos sigue siendo un riesgo en este presente. Una fecha del calendario abrió la puerta a la extensión de los contagios, a la saturación y sobresfuerzo de todos los agentes sanitarios, a los fallecimientos, a la incredulidad de las familias y de la sociedad, a las mascarillas, a las vacunas con miles de millones de coste, al esfuerzo colectivo para intentar capear un temporal imprevisible y que superaba muchas de las posibilidades de respuesta y al reconocimiento de quienes más se esforzaron en las primeras líneas para intentar detener aquello. Incluso pensábamos que el mundo saldría mejor de aquel inmenso reto. No ha sido así.

Millones de muertos después, se sigue sin saber cómo y por qué pasó. Y nos creemos el qué sucedió de la versión occidental de un virus nacido en una ciudad de China, aunque ni siquiera eso está claro. Pero lo cierto es que aquellos dos años modificaron nuestro modelo cultural y social. Nada ha sido igual. Irrumpieron en el debate público las nuevas perspectivas de la batalla cultural reaccionaria con los antivacunas como punta de lanza en ese momento y ahora con buena parte del espacio ideológico ocupado en solo cinco años con un modelo autoritario de base en el que las ideas más estúpidas y surrealistas de la historia de la Humanidad –al margen de las que plantean muchos dogmas de las religiones–, se han impuesto en gran parte de las sociedades. Quizá en un tiempo sepamos cuánto había de verdad y de falsedad alrededor de la pandemia del coronavirus. O, como ha ocurrido con situaciones similares, nunca sepamos la verdad, sino solo una apañada versión oficial que poco o nada tendrá que ver con la verdad real. Pero eso sí está claro, las mascarillas fueron un buen negocio.