Muchas veces la vida y en el fútbol todo es cuestión de sensaciones. De creer en uno y en los de alrededor, pero sobre todo lo primero. Y eso es lo que hizo Osasuna contra la Real Sociedad y que le había faltado en otros partidos. Hubo muchas menos dudas y mucha más creencia en el juego rojillo durante todo el encuentro. Ayuda y mucho tener un delantero como Budimir que a la mínima que el equipo cree media ocasión él la convierte en muy peligrosa o en gol, directamente.

Pero sin duda, Osasuna lo que tiene es una joya. Si Aimar Oroz fuese de algún lugar lejano y hubiese costado un buen pastizal estaría hablando todo el mundo de él. Sobre todo de su estado desde Navidad, que es un escándalo. Una barbaridad que los rojillos han criado en casa, en esa Universidad del fútbol de la que habla Ángel Alcalde, y que hay que poner en valor. 

Pero más allá de asuntos individuales técnicos o tácticos, Osasuna estuvo mucho mejor como colectivo. Con las líneas juntas, dejando pocos espacios a los jugadores más peligrosos de los donostiarras. Y después de conseguir el primer gol, Osasuna no se echó atrás, sino que quiso ser peligroso, que el rival no se volcase en su área y gracias a una genialidad de Rubén, acabó llegando ese gol de la tranquilidad. Y en esto también ayuda los mensajes que se mandan desde el banquillo. Es fundamental que cuando alguien se equivoque no esconda la cabeza, sino que evalue como mejorar y aprenda, y eso es lo que ha hecho Vicente Moreno con respecto al partido de Las Palmas. Y es de agradecer y de valorar. 

El último tanto de la Real puede entrar dentro de la lógica y hay poco que reprochar ya que el encuentro estaba en los momentos finales.

Osasuna rompe su mala racha sin ganar y se vuelve a enganchar a la carrera por Europa gracias a que durante este tramo muchos equipos han pasado momentos igual de malos que los rojillos. La victoria ante la Real Sociedad aleja el descenso y pone la mirada en algo ambicioso. Ahora solo queda intentarlo y que la Liga te coloque donde sea. 

Y lo más cercano es la Copa. Un empujón de ilusión al que Osasuna llega con la fe por las nubes.