Trump, el hombre sobresalto, sube la apuesta. Quiere neocolonizar Gaza y convertirla en un resort turístico tras una macro operación inmobiliaria solo posible mediante el desahucio en masa de miles de gazaties. J. Kushner, ex agente inmobiliario y yerno de Trump, alimentó esta fantasía geopolítica cuando dijo que las costas de Gaza son un potencial económico. Pero antes, Israel debería expulsar a los civiles mientras limpia la Franja. ¿Se imaginan? Desplazar a dos millones de personas para hacer resorts de lujo sería el clímax del ultra capitalismo financiero.
A esta operación se le ha llamado “transferencia voluntaria”, resignificando así el genocidio de 80.000 palestinos. Ya no se trata de derrotar a Hamás sino de lanzar una operación de limpieza étnica. Sería la “Solución Final” del pueblo palestino, requisito imprescindible para la construcción del Gran Israel. Ante esto uno se pregunta si los líderes de Hamás seguirán liberando rehenes judíos.
Pero lo terrible de esta estrategia es que tapona toda salida jurídica y humanitaria del conflicto palestino abriendo un escenario de rapiña y aniquilación de un pueblo obligado a un traslado forzoso que supera todos los intentos llevados a cabo desde la Nakba de 1948. Un pueblo al que se ofrece la liberación mediante el suicidio asistido.
La cuestión es saber si esto es una vomitona tactista o forma parte de un plan delirante que saltará todos los plomos del planeta dejando al descubierto las costuras de un mundo salido de sus bisagras. Y si esto va en serio, ¿cuál será el costo y quiénes lo pagarán?
Nadie sabe. Así las cosas, a los palestinos no los liberarán nuestras palabras, ni movilizaciones romantizadas, ni la comunidad internacional sin voluntad política, ni Hamás, ni siquiera ellos mismos redoblando su heroicidad. Solo una mecha que incendie el mundo avergonzado de tanta miseria moral.
¿Qué hemos hecho para que la historia se vuelva repetir?