Lo mejor para las ambiciones políticas del nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, fue tal vez su derrota en las elecciones de hace cuatro años, en 2020, que es, al mismo tiempo, lo peor para la oposición del Partido Demócrata y para los funcionarios y las organizaciones gubernamentales de Washington.

El Donald Trump que ganó por sorpresa –a nivel general y seguramente también para él mismo– las elecciones de 2016, llegó a la Casa Blanca casi de puntillas, asombrado por el funcionamiento de las instituciones y con el deseo de que lo aceptaran -a él y a sus ideas.

La persecución sistemática de sus rivales políticos, tanto del Partido Demócrata como de muchos en sus propias filas republicanas, consiguió endurecer su actitud que no hizo más que agriarse en los cuatro años pasados en la oposición y sujeto a todo tipo de procesamientos que tanto él como muchos de sus seguidores consideran una caza de brujas.

Tan solo le salvaron sus enormes recursos económicos para pagar por su propia defensa… y los resultados electorales del pasado noviembre pues, de haber ganado las elecciones la candidata demócrata Kamala Harris, la persecución probablemente habría seguido con un riesgo elevado de que Trump acabara en alguna cárcel.

Ahora no lleva ni tres semanas instalado en la Casa Blanca y ha lanzado algo que seguramente ha estado planificando en los últimos cuatro años, una mezcla de reformas prometidas e inesperadas y lo que parecen actos de venganza, a pesar de sus promesas de no pasar cuentas a sus verdugos políticos.

Algunas de sus acciones muy aplaudidas son más bien anecdóticas, como suspender la prohibición de utilizar tubos de plástico en las bebidas, después de que la administración anterior los prohibiera para sustituirlos por tubos de papel, incómodos e imprácticos.

Medidas de alcance

Otras son de mayor alcance, como la eliminación de las competiciones deportivas femeninas de hombres transgénero, abandonar cualquier identificación de género fuera de macho o hembra o el cierre del departamento de ayuda internacional USAID, que ha vuelto a su redil dentro de la cancillería, bajo el control del nuevo secretario de Estado Marco Rubio, quien ha tratado de calmar el pánico entre los funcionarios de USAID al ver sus oficinas cerradas y desmanteladas o recibir la orden de regresar de sus destinos en el extranjero en un plazo máximo de 30 días.

Estas medidas tienen su origen en Trump, pero quien las aplica y dirige es el multimillonario Elon Musk, un hombre que se acercó a la Casa Blanca rodeado de la admiración general pero que es cada vez más impopular a medida que aplica tácticas de la empresa privada a las organizaciones gubernamentales que la gente creía se regían por el interés general y no por resultados económicos.

Para Trump, las acciones de Musk son de momento bienvenidas pues se dedica a derrocar vacas sagradas y desvía las iras populares, pero es una estrategia de breve duración y las consecuencias las tendrá que acarrear pronto el reelegido presidente.

De momento, sigue disfrutando de la adoración de sus más entusiastas seguidores, que lucen una cruz en su cuello para demostrar su religiosidad, le aplauden con entusiasmo y admiran lo guapas que son las ministras de su gabinete, el más joven desde hace 40 años con el primer presidente Bush.

Pero crecen las señales de inquietud, como indican ya los mercados financieros que le habían recibido con fuertes subidas pero reflejan ahora la preocupación de que sus aranceles empujen la inflación y los despidos masivos se materialicen y depriman la economía: hasta ahora han dimitido más de 60 mil funcionarios, que han preferido acogerse a una compensación que arriesgarse a un despido. También lo frenan los tribunales que han bloqueado los despidos que han dejado en cueros a funcionarios que creían tener empleos seguros, mientras que legisladores demócratas no han podido entrar en ministerios con recortes presupuestarios.

Sus adeptos descartan cualquier inquietud y ven todo como una revolución que tiene su precio y recuerdan la frase que tanto enorgullece a los neoyorquinos, de “si triunfas aquí, puedes hacerlo en cualquier parte”, pues Trump hizo su fortuna en la ciudad de los rascacielos y creen que en él se realizaron varios milagros, desde las dos elecciones ganadas, a sobrevivir a dos intentos de asesinato y que diariamente parece cumplir con sus promesas electorales.

Quizá la mejor explicación para las prisas de Trump es que dispone de poco tiempo: no quedan ni dos años hasta las elecciones parciales de 2026 que, tanto si gana como si pierde su partido, lo dejará arrinconado mientras el país se prepara para elegir al presidente que ha de sucederle. Lo que no haya hecho hasta entonces, se quedará en la lista de sus intenciones.