La llegada de Trump a la Casa Blanca ha roto los esquemas políticos y de alianzas de Europa. La Conferencia de Munich de la pasada semana dejó las cosas claras: la UE ya no es un actor clave en las decisiones estratégicas de EEUU en el nuevo orden internacional –o más bien desorden–, que impulsa su Administración.

En tres semanas el desconcierto se ha extendido por la UE tras el anuncio de los aranceles a sus productos en EEUU, el inicio de conversaciones con Rusia para poner fina a la guerra en Ucrania sin presencia europea y el indisimulado objetivo de controlar la información y extender la desinformación de la mano de los oligarcas de las principales tecnológicas que controlan redes sociales, algoritmos y enlazadores y la inteligencia artificial. Es evidente que el mundo se adentra en un proceso de transformaciones y cambios cuyo destino final no está claro, aunque todo indica que para el humanismo ético, la justicia social y los valores de la democracia apunta mal.

Y Europa aparece en todo ello como un convidado de piedra. No es una cosa de ahora. Hace más de dos décadas que la UE iba dando señales de decadencia e inoperancia, pero aferrada a su posición histórica de haber sido un actor fundamental en los últimos siglos, para bien y para mal que todo el campo europeo no es orégano, los responsables políticos y las instituciones europeas se dedicaron a seguir una inercia en la que todo parecía seguro. Como la que describe a dos conejos discutiendo si los perros que vienen persiguiendo a uno de ellos son galgos o podencos hasta que llegan pillándoles despistados en el acaloramiento de la discusión y los atrapan, Europa ni siquiera ha sido capaz de debatir internamente sobre su realidad en un mundo que estaba girando sus intereses hacia otro polo del planeta, con la vista puesta especialmente en China y el Pacífico.

El capital no entiende de amigos, sino de ganancias y todo indica que la globalización neoliberal de los últimos 20 años también será sustituida por otro modelo. Los ejes de la discusión debieran haber sido hace ya tiempo otros, no el seguimiento sumiso a los intereses geopolíticos y militaristas de unos y otros. Un debate profundo que debiera haber centrado las prioridades políticas en los valores de la democracia europea y no en la avaricia de los mercados y la corrupción financiera, un camino que solo ha conducido al progresivo desmantelamiento del modelo del Estado de Bienestar. Y ahora cada vez es más tarde.

La UE da síntomas de debilidad y pérdida del horizonte y no sirve ya pregonar que todos los demás son muy malos. Hay que visualizar lo que está en juego en este tiempo en el que los derechos humanos, la justicia social y los valores democráticos son el objetivo prioritario de las nuevas corrientes ideológicas reaccionarias y negacionistas, también en la propia UE.

El mundo apunta a otro modelo de alianzas en el que sistemas autocráticos como China, Rusia, Israel, las teocracias árabes y los EEUU de un Trump que controla bajo su persona la mayor parte entramado político, institucional y judicial aspiran a tener el mando. Democracia o autocracia.

Y ahí aquella Europa original de los principios y valores fundacionales quizá aún tenga algo que decir e influir en el mundo que viene. Aunque para ser creíble necesita que cambiar a buena parte de los principales actores que la representan públicamente.