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Un día como hoy, 24 de febrero de 1871, el biólogo Charles Darwin publicó su libro The Descent of Man (El origen del hombre). En él desarrollaba su trabajo sobre la teoría de la evolución, con la que ya había explicado la forma en que los seres vivos se adaptan y sobreviven, aplicándola específicamente a la especie humana a la luz de los hallazgos que se estaban haciendo sobre especies fósiles de predecesores de los humanos.

Era un tema controvertido porque aunque había gente que podía asumir que los animales evolucionaban, en el caso humano parecía diferente porque habíamos sido creados a imagen de Dios y todo eso... En 1860 tuvo lugar un gran debate sobre la evolución en la universidad de Oxford, entre Samuel Wilberforce y Thomas Henry Huxley. Fueron varios los debates con ponentes de las dos ideas: el creacionismo o la evolución, pero el que se quedó para la historia fue ese agrio momento cuando el obispo preguntó al científico si venía del mono de parte de madre o de padre, a lo que Huxley repuso que él no sentía vergüenza por tener a un simio como su ancestro pero que se abochornaría de ser pariente de quien usa su influencia para impedir el avance del conocimiento.

A pesar de lo que crea Mayor Oreja no hay objeción científica a la evolución y su presunta teoría de la creación es pseudociencia o dogma trasnochado. Pero los tiempos que vivimos son así: el negacionismo de la ciencia es herramienta política. Por decreto en países donde gobierna la ultraderecha se niega la diversidad de género e incluso aquí en el parlamento foral tenemos que escuchar necedades contrarias a la ciencia en el tema trans pero que van sobre todo contra las libertades y los derechos de las personas, que existen independientemente de que cómo hayan construido su identidad sexual.