Se acaba de publicar el último Barómetro de Ikuspegi, el Observatorio Vasco de Inmigración, donde se analizan las percepciones y actitudes hacia la población extranjera. Son datos interesantes, y dan para varias columnas. Un apartado muestra el grado de simpatía atribuido por orígenes, y es un claro ejemplo de la enorme distancia existente entre lo que somos en privado y en público, lo que pensamos en casa y lo que apoyamos en política.
Según dicho estudio institucional, los inmigrantes más aceptados son los de la Unión Europea Occidental y los que menos los magrebíes, en concreto argelinos y marroquíes. También son estos últimos los únicos que no alcanzan el aprobado. Y no por ser africanos o pobres, pues los negros subsaharianos pasan del Bien. Tampoco por ser musulmanes, pues los pakistaníes y bangladesíes logran un Ongi. Tampoco por hablar un idioma difícil o traer una cultura extraña, pues los chinos superan el 6. En fin, pueden cargarse al mensajero, que no soy yo: es Ikuspegi.
Los números no sorprenden. Lo escandaloso es que los políticos no se cuestionen por qué ni tomen medidas al respecto. No sólo pagamos impuestos para diagnosticar: sobre todo lo hacemos para buscar soluciones. Si no, ¿por qué se gastan un pastizal en encuestas? Aunque seguramente estoy siendo injusto. Mañana se pondrán manos a la obra y recetarán una regañina para combatir esta fiebre de racismo, ignorancia y xenofobia. O sea, que quien necesita una cura somos nosotros. Ni siquiera ellos, por preguntar al detalle. En cuanto al colectivo suspendido, nada, progresa adecuadamente. Ni una palabra y todo en orden. Ni crítica ni autocrítica. De flipar.