Para un hombre como Donald Trump, que presume desde hace décadas de su talento negociador explicado al detalle en su libro El arte de negociar (The Art of the Deal) publicado hace casi 40 años, ha llegado el momento de demostrar que sus tácticas no se limitan a los negocios sino que son válidas para todo y en todas partes, incluso en Rusia.
En este momento, se trata de las negociaciones en torno a Ucrania con el presidente ruso Vladimir Putin, un hombre con el que ha tenido una relación relativamente buena si la comparamos a la de otros presidentes norteamericanos con líderes rusos.
Está por ver si las artes negociadoras de Trump son capaces de convencer a Putin para que atienda a cualquier otra cosa que a sus intereses geopolíticos, en este caso, el futuro de Ucrania, otrora parte del imperio soviético y actualmente una de sus más codiciadas presas y que ya ha ido ocupando a pedacitos desde 2014, cuando se anexionó Crimea.
Trump parece tan confiado como siempre en su habilidad negociadora y en el peso que Estados Unidos tiene frente a cualquier país, pero hay también indicios de que se prepara a tomar medidas contra Moscú si no hay concesiones con respecto a Ucrania: considera que ya cumplió su parte de ayuda a Moscú al enfrentarse al presidente ucraniano Zelenski hace pocas semanas y ahora parece esperar que Putin le corresponda de una forma que le permita presumir de los resultados de su arbitraje.
Trump es tal vez el único, o casi el único, que confía en influir sobre Putin quien, al igual que su interlocutor norteamericano, tiene claro cuáles son sus intereses y cuesta imaginar que los cederá influido por estratagemas o argumentos. Igual que el presidente norteamericano. También Putin tiene una población ante la que desea mantener una buena imagen. Los indicios no parecen en estos momentos muy favorables a Trump, quien es consciente de que su apuesta es arriesgada y ha preparado ya una serié de medidas en represalia contra Moscú si no se llega a un acuerdo en Ucrania. Putin, en cambio, tiene ya su premio ante la negativa de Trump a incluir a Ucrania en la OTAN y sigue confiado en ganar más territorio ucraniano, aunque para ello necesite tiempo y siga de tregua en tregua y de ataque en ataque como hemos visto en los últimos 11 años.
En realidad, Trump tiene mucho que negociar en todos los terrenos, especialmente dentro de su país, donde las cosas parecen algo más fáciles porque todavía tiene un grupo de fieles seguidores en el Partido Republicano y los demócratas todavía no se han repuesto de su derrota electoral del año pasado. Pero la tarea es monumental, porque desbaratar las estructuras del gobierno norteamericano para convertirlo en una entidad sobria y frugal escapa probablemente a las dotes negociadoras de cualquier político.
La situación se agrava para Trump porque tiene prisa: lo que ha de hacer tiene tan solo poco más de un año y medio para lograrlo, es decir, los 20 meses que faltan hasta las próximas elecciones parciales en que puede perder el apoyo parlamentario que le brindan las mayorías republicanas en ambas cámaras. Pero incluso si consiguiera mantener tales mayorías, el país se preparará ya a partir de entonces para el presidente y gobierno que ha de sucederle en 2028: Trump pasará a ocupar el lugar del “pato cojo” como se llama aquí a los políticos que han llegado al fin de sus carreras -y de su influencia política.