Tiempo de aflicciones. Carlos Mazón, un tormento retador. Los hooligans diputados del PP, desquiciados. Las discrepancias internas del Gobierno y en Sumar, inquietantes. Las andanzas de Ábalos, desdichadas. El reparto de inmigrantes, irritante. El revolcón al Constitucional por el blanqueo de los ERE de Andalucía, preocupante. La ausencia de Presupuestos, anómala. Tribulaciones por las cuatro esquinas. Sin espacio, por tanto, para el necesario sosiego ni para las luces largas que despejen algunas incógnitas de un futuro inmediato plagado de una preocupante incertidumbre. Solo hay hueco y voluntad para resolver apuradamente el menester del día a día bajo un ruido cada vez más ensordecedor y repelente por insoportable.
Mazón se ha encapsulado. Vive su propia realidad. Desafía lesivamente a la única verdad, esa que le repudia con el dedo acusador en cada paso que da a modo de condena social a su pasmosa negligencia. Como si se considerara inmune cuando simplemente resulta un prematuro muerto político a los ojos de la calle doliente. Pero arrogante él frente al precipicio permanente de su devenir, ha vuelto a colocar la segunda bomba lapa bajo la suerte de Feijóo. Con la primera, aquella que le llevó a apresurar la coalición con Vox sin preguntar en Génova, privó a su presidente de gobernar su país. Con la segunda, somete a su partido a la voluntad del trumpismo español a cambio de alargar su propia agonía y de arrastrar al lodo ideológico a su propio líder. Mazón, desleal y manipulador, es un auténtico cáncer para las expectativas electorales de un PP que aparece maniatado mientras se desgañita por el lógico regocijo que el entreguista pacto con Vox provoca en la izquierda.
Sánchez acoge con alivio la huida hacia delante del mandatario valenciano. Le rellena su argumentario para repeler los embates dialécticos de la derecha que le llegan por tierra, mar y aire. Las acometidas tan diversas se multiplican. Los nuevos capítulos de las libidinosas correrías de Ábalos avergüenzan, especialmente porque semejante truculencia sea cometida por quien abanderó la honestidad en la cruzada contra la corrupción amparada por Rajoy en su partido. Los pactos con Junts siguen exasperando porque adolecen de una explicación convincente. Suenan a chantaje permanente, a cesión obligada porque llueve sobre mojado. Nadie sabe explicar sin evitar la réplica el fundamento real de la quita autonómica a Catalunya. Tampoco es más fácil escrutar con acierto los criterios objetivos manejados para la distribución de los menores inmigrantes que llegan abandonados a su suerte. En cuestión de pactos, los dos partidos mayoritarios se tiran los trastos a la cabeza. Desde el Gobierno, por el abrazo de la (ultra) derecha. Desde Vox y PP, porque se hace lo que a Puigdemont se le antoja.
Tampoco la justicia aporta una mínima dosis de tregua. Para los socialistas, tan agobiados por el caso Koldo y las interminables preocupaciones familiares de su líder, les llega, por fin, la citación como investigado de la pareja de Díaz Ayuso, que se hacía de rogar, por una presunta corrupción en los negocios. Ni una palabra de Miguel Ángel Rodríguez tras el sofoco por esta incómoda noticia. Eso sí, quizá todo quede en agua de borrajas. De hecho, dos comisionistas se han hecho millonarios a cara descubierta traficando con mascarillas inservibles para el Ayuntamiento de Madrid y salen del tribunal con los bolsillos llenos y sin culpa. En el bando contrario, tampoco parece baladí que la Audiencia de Sevilla se plantee llevar a la Justicia de la UE el amparo que el Tribunal Constitucional decretó sobre el escándalo de los ERE andaluces.
EL LABERINTO DE SUMAR
Para tribulaciones, las de la coalición de izquierdas con la manida polémica sobre el gasto en defensa y de Sumar, en particular. Un mundo les separa a estas dos almas durante este debate tan espinoso y, más aún, sin atisbo alguno de encontrarse. Sumar no puede permitirse un mínimo acercamiento a la voluntad decidida de Sánchez. Sabe que sus socios jamás se lo permitirían y, en particular, Podemos les espera con la escopeta cargada para disparar ante cualquier paso dudoso. Una rendija de abierta discrepancia por donde un aguerrido PP quiere ensanchar el boquete. Nada comparable, sin embargo, con el impacto de la última grieta interna que desespera a Yolanda Díaz. Responde a la abrupta dimisión de Elisabeth Duval, que escuece sobremanera porque aflora por sí sola el grado de tribulación interna al que se asiste. Una fotografía poco proclive para que pueda proyectarse a finales de mes un proyecto ilusionante.