La Policía asalta de madrugada la casa familiar de Jamie Miller, un adolescente de 13 años con cara de no haber roto un plato en su vida, al que acusan de asesinato para incredulidad de sus padres, su hermana y de él mismo que, aterrorizado, niega haber hecho nada, una y otra vez. La puerta de la casa reventada al entrar para cogerle por sorpresa, la intimidación durante la detención con tantos agentes y tantas armas, el caos y hasta los destrozos y el desorden en busca de pruebas que le puedan incriminar pasa a ser la menor de las preocupaciones para la familia ante la gravedad de la acusación y ver cómo se llevan al muchacho detenido. A partir de ahí, la cámara le acompaña y no le suelta en un plano secuencia que dura todo el primer capítulo, un alarde que se repite en los tres capítulos restantes de esta excepcional serie británica que se ha convertido ya en un fenómeno en Netflix.

En estos tiempos en los que vemos las series cada uno a nuestro ritmo y donde todavía hay quien considera un spoiler hablar de quién mató a Laura Palmer, es más conveniente que nunca no dar pistas de la trama y por eso, aunque aparece en la sinopsis, ni siquiera he escrito aquí quién es la persona asesinada. Saber menos es disfrutar más en este tipo de propuestas dramáticas. Y cuando digo disfrutar me refiero a gozar en su totalidad de una serie dura, tremenda, de las que no se olvidan y donde el alarde técnico de los planos-secuencia nos mece, agita y convulsiona a su antojo. Ojalá saquen pronto los extras en los que nos muestren la coreografía necesaria entre el equipo técnico y artístico para montar esas escenas.

Alabado el alarde técnico, fruto de la colaboración entre Stephen Graham y Philip Barantini, que ya nos sorprendieron en El chef, rodada en una sola toma, es digno de resaltar la calidad de las interpretaciones, empezando por el propio Grahan, que da vida aquí al padre de Jamie, interpretado por Owen Cooper, que borda el papel de ese adolescente acusado del crimen y que en el capítulo tres nos zarandea a su antojo. La serie, por cierto, la produce Brad Pitt.

Adolescencia es sorprendente, desgarradora, inolvidable. Alardea de técnica, de interpretación y de guion, pero siempre todo está al servicio de lo que quiere contar y lo que quiere que sintamos. Ha sido acabar la serie y necesitar volver a verla para fijarme, con más detalle, en todo, absolutamente en todo, de esta genialidad. De diez.