Un buen amigo y notable diplomático me advirtió al inicio del segundo mandado de Trump en la Casa Blanca que al mandatario estadounidense había que hacerle caso, pero no tomarse al pie de la letra todo lo que dice. Estos primeros cien días de Trump 2.0. han estado marcados por una serie de decisiones ruidosas y movimientos estratégicos que han provocado inquietud en el ámbito internacional. Sin embargo, al examinar su efecto real, el balance es más simbólico que concreto. La política exterior de Trump ha generado titulares, pero sus consecuencias prácticas, especialmente en relación con la Unión Europea (UE), la OTAN, las crisis de Oriente Medio y Ucrania, aún son limitadas.

Aranceles sí, aranceles no

Respecto a la Unión Europea, Trump ha retomado su retórica proteccionista con amenazas de aranceles sobre productos clave como acero, aluminio y automóviles. No obstante, estos aranceles están bajo una moratoria de 90 días, y aunque han despertado alarma en Bruselas, no se han traducido en acciones reales. Las negociaciones continúan en un clima de tensión y desconfianza, pero aún sin impacto económico inmediato. De momento, Trump ha hecho ruido, pero ha dejado el castigo en suspenso.

En Gaza sigue la masacre

En el caso de Oriente Medio, la administración Trump ha optado por un enfoque más pragmático y menos intervencionista. Ha disminuido la presencia militar estadounidense en la región y ha fomentado el acercamiento entre actores tradicionalmente enfrentados, como Arabia Saudí e Irán, en torno a la seguridad energética. A diferencia de administraciones anteriores, ha evitado tomar partido de forma contundente en el conflicto palestino-israelí, promoviendo en cambio una diplomacia discreta centrada en acuerdos bilaterales y comerciales. Esta contención, aunque sorprendente viniendo de Trump, ha desactivado en parte la escalada de tensiones, aunque no ha traído avances significativos hacia la paz.

El giro hacia Moscú

Por su parte, la situación en Ucrania ha sido abordada de forma mucho más polémica. Trump ha suspendido temporalmente la ayuda militar estadounidense a Kiev, con la intención de forzar al gobierno de Volodímir Zelenski a negociar directamente con Rusia. Esta decisión, que rompe con la política tradicional de respaldo a Ucrania desde 2014, ha generado preocupación entre los aliados europeos y en la propia OTAN. Aún no se han visto efectos concretos, pero sí ha cambiado el tono diplomático: se observa un distanciamiento entre Washington y Kiev, y un intento de normalizar relaciones con Moscú que despierta recelos en Europa del Este.

En definitiva, estos primeros cien días de Trump han sido una declaración de intenciones más que una etapa de logros concretos. Su estilo sigue siendo disruptivo, pero sus medidas clave –tanto en el plano comercial como en el geopolítico– están aún bajo revisión o condicionadas a futuras negociaciones. El ruido ha sido fuerte, sí, pero las consecuencias reales están, por ahora, en modo de espera. Y quizás eso, tratándose de Trump, ya sea un giro inesperado.