Ayudado por un megáfono, el tipo iba anunciando en Mendillorri el fin del mundo y no sé qué cosas más decía del diablo. El personaje parecía salido de una de esas películas en las que una catástrofe natural, un meteorito o una invasión alienígena amenazan con destruir el planeta. El lunes, en silencio, algunas personas pensaban como él. Durante el apagón, he oído expresiones como miedo, angustia, terror, desastre, en boca de gente que ni sufre problemas de movilidad, ni está en la mesa de un quirófano, ni es paciente conectado a una máquina ni está aislado en un vagón de tren en medio de un páramo.
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Radios y televisiones buscan la hipérbole e ignoran a quienes afrontan el incidente sin estridencias, con la tranquilidad que se puede tener cuando falla el suministro eléctrico pero hay provisiones en supermercados, gasolineras, funciona el transporte urbano, sale agua potable por los grifos… Creo que hemos abusado mucho de la palabra caos. Que se caiga todo el suministro eléctrico de dos países es algo extraordinario; tanto como que dos horas después la energía ya llegaba a barrios de Pamplona, para las diez de la noche a muchos pueblos de la Cuenca y a las 7.30 horas el apagón estaba solventado casi al cien por cien. Frente a ese exceso de alarmismo, responsables de los cuerpos de seguridad coincidían ayer en términos como “tranquilidad” y “normalidad” al hacer repaso de lo ocurrido en Navarra durante la jornada. Solo había que ver cómo estaban por la tarde las terrazas de los bares. Adelantándose a los acontecimientos, los agoreros avisaban que la noche podría traer vandalismo y asaltos a bienes privados. Les faltó decir que se venía una amenaza zombi.
Más tarde que temprano llegará el apocalipsis, pero no será porque al tocar el interruptor no se enciende la bombilla. Los productos congelados también se pierden por olvido en el fondo del cajón o porque salta el automático y no hay nadie en casa. Tampoco estoy de acuerdo en que el incidente exponga una supuesta fragilidad como seres humanos; emitían las radios, los centros de salud estaban abiertos, durante horas se podía hablar por el móvil, los grupos electrógenos auxiliaron a empresas y algunos establecimientos admitían el pago en metálico… El apagón ha servido como muleta a quienes culpan a Pedro Sánchez de todo, como reclamo a los conspiranoicos y respaldo a los promotores del kit de supervivencia. En fin, para la próxima vez, los fatalistas que compren velas y un megáfono.