Emoción, juerga y hostelería: parámetros de las actuales Fiestas de San Fermín. Ocio exultante y negocio boyante. Toca ya la escalera de mayo. Quinto peldaño. Canción conducente, mes a mes, hacia el séptimo día de julio. Una de esas iniciativas espontáneas constructoras de buena parte del armazón de la fiesta. Como el chupinazo en su origen remoto, correr delante del ganado bravo conducido a la plaza, el grito de riau-riau, el pobre de mí, las peñas, los momentos de la procesión o el Struendo. Cenas en cuadrilla en el contexto de otros preparativos reglamentados: cartel anunciador, toros y toreros, contrataciones de espectáculos, organización de espacios, renovación de abono. Rutinas administrativas.

Las Instituciones han hecho suya la Escalera (o Escalerica para que suene más entrañable): la Iglesia Católica con misas “gremiales” en la capilla de San Fermín; el Ayuntamiento con programación variada en contenidos y escenarios. Apropiación administrativa de lo popular. Décadas atrás, las aceras estaban casi vacías al paso de la procesión. Tiempos en los que una aparente devoción religiosa impregnaba la sociedad por imperativo judeo-cristiano y por miedo al pecado y sus consecuencias. Ahora, con miles de personas en las calles al paso del santo moreno y su cortejo, se reviste de devoción la mera emoción.

Tradición. Folclore. El tótem de la leyenda de un mártir. El Ayuntamiento de Pamplona ha programado la realización de tres estudios con financiación europea: impacto económico, medioambiental y social de los Sanfermines. Los dos primeros son mensurables. El otro, subjetivo. Por eso incluye encuesta sobre percepciones de “los de casa”. De los que se van como turistas y de los que soportan el turismo. Según la derecha política, ganas de inducir a cargarse lo religioso y lo taurino. Ferias comerciales y de ganado (julio) y Fiestas religiosas (10 de octubre) confluyeron en el origen. Siglos de vida. Y de cambios. Hasta de fecha.