He perdido la cuenta del número de cosas que en los últimos años se han subvencionado sin tener en cuenta la renta de la persona que solicita la subvención. Ahora son las lentillas y las gafas, que van a recibir 100 euros a fondo perdido para menores de 16 años, pero sin importar que los tutores de esos chavales ganen 20.000 euros al año si los ganan o que ganen 100.000. Es una situación por completo injusta, de la misma manera que era la subvención aquella por hijo o hija y otras muchísimas en las que, ya digo, no se trillan los ingresos.

Al final, las bolsas destinadas a estas ayudas se merman porque se vuelca dinero en bolsillos ya rebosantes o que, sinceramente, no necesitan esos 100 euros para nada, puesto que obtienen emolumentos suficientes como para afrontar las cuestiones de la vida más básicas y para muchísimas cosas más. No se trata de volcar todas las ayudas en un porcentaje equis de la población, sino hacer las cuestiones algo más justas y progresivas. ¿Es más engorroso, genera más trabajo? Claro, la justicia es engorrosa, da muchos problemas porque es más compleja que la tabla rasa, que el agua para todos y que abrir una ventanilla única y que pase por allá el que quiera, ya gane -justamente, quién seré yo para negarlo, nadie- 7 veces más que la persona que tiene detrás en la cola. Esto no es ni socialista ni nada que se le parezca, es una buena idea pésimamente ejecutada, lo que a fin de cuentas deriva en una mala idea.

En una época en la que miles de trámites se realizan online y en la que las administraciones tienen prácticamente el 99% de nuestras vidas en sus datos establecer ayudas con baremo de renta no es la odisea. Si no se hace es porque no se quiere molestar. Y si no se quiere molestar a quien finalmente se molesta es a quienes objetivamente más necesitan esas y otras ayudas que no nacen porque nos gastamos el dinero en no molestar a algunos.