El gran renovador del arte flamenco sobrevuela entre los brazos, los tacones y los plantes de la compañía que lleva su nombre. Gades, (Antonio Esteve Ródenas, Elda 1936), abarcó todos los escenarios con su danza, desde el Corral de la Morería, donde lo descubrió Pilar López para su compañía, hasta la Arena de Verona, Moscú o Cuba (inolvidable el “pas de deux” de “Ad libitum” con la inconmensurable Alicia Alonso). En 1969 presenta su propia compañía en París, que disuelve en el 75 en protesta por el franquismo.

En 1978 acepta la dirección del Ballet Nacional de España; al ser cesado en 1980, crea el “Grupo Independiente de Artistas de la Danza (Giad) con los miembros que en solidaridad, abandonan la compañía nacional y se van con él (Cristina Hoyos, José Antonio, Aranda, el Güito…) y elige Pamplona para su debut (1980). Hago este breve recorrido histórico, porque, a partir de ese año, el idilio de Navarra con Gades, va a ser eterno, como él. Prueba de ello es el enorme éxito que ha tenido su compañía en el espectáculo que nos ocupa.

Compañía Antonio Gades

Directora artística: Stella Arauzo.

Coreografía: Gades /Saura. Música: Bizet /Gades, Solera, Freire Penelle, Ortega Heredia y Lorca. Con Álvaro Madrid y Esmeralda Manzanares al frente de un extenso reparto.

Baluarte. 30 de mayo de 2025. Lleno.

Uno ha visto la pervivencia, sin merme alguna, de su fundamental trilogía con Saura (Bodas de sangre, Carmen, y El Amor brujo), y uno, no deja de lamentar que el cáncer no le dejara realizar su gran sueño: bailar Don Quijote en clave de danza española. Esta Carmen, que hoy nos ocupa, se estrenó en Córdoba en 2006, con Stella Arauzo (hoy directora) como Carmen. Fue la primera obra sin Gades, y sigue vigente, aunque, siempre, (para los que ya tenemos cierta edad), se echará de menos al maestro, claro. La narración del drama de Merimée es clara: la compañía desfila como soldados, se afana como cigarreras, describe el mundo taurino en broma y de veras, y se corta a navaja la tensión y los celos entre los amantes. Todo con una banda sonora que intercala a Bizet con el jaleo flamenco.

Esto funciona bien por separado; la sucesión de ambos mundos, a veces, es un poco forzada; sobre todo cuando se introduce o corta a Bizet. Perviven en todo su esplendor, el movimiento del cuerpo de baile en grupo o grupos, la insobornable disciplina, –el comienzo a modo de ensayo–, y la voluntad de poner a la altura de la obra clásica, lo popular, –flamenco y pasodoble–, consiguiendo que todo encaje, hasta la corrida de toros cómica. La protagonista (Esmeralda Manzanas) borda el papel de Carmen: siempre domina la escena, es seductora, sabe ser dulce y violenta, y despide tronío llenando de danza la partitura de Bizet, (la habanera), de profundidad el flamenco y de gracia el “jaleo” y el pasodoble.

Más complicado lo tiene, por razones obvias, el Don José de Alfredo Tejadas, pero sale airoso, precisamente por la austeridad de su baile, basado en esa doblez juncal del cuerpo y brazos en alto, y hacer un Don José, más bien, introvertido, racial, pero sin exageraciones, y que manda en el grupo con su taconeo y palmas. Los “demi-solistas” que van saltando a escena, están a la altura; y los cantaores y guitarristas son correctos. Afortunadamente, la amplificación, fue comedida, sin aturdir.

La fluidez del espectáculo queda un poco lastrada por algunos momentos un tanto lentos, como la ceremonia de vestir al torero: hace años muy novedosa, pero ya conocida. Pero todo el drama de la Carmen de Bizet, aquí coloreado por la paleta popular, se consigue, y celebra el 150 aniversario de su estreno. El público no se quería ir, y la compañía le obsequió con esos ejercicios de simetría y disciplina que hacía Gades.