Situación fuera de control. Desprecios de Ayuso a la convivencia. Motín rebelde de los barones del PP donde no procede. Alucinante opereta de la fontanería burlesca del PSOE. Un Gobierno agazapado y sin pulso. Un presidente inauditamente mudo. Una oposición ultramontana y rabiosa echada a la calle. El descorazonador desmadre político en un país, sin embargo, con récord de empleo. En esencia, una doliente daga contra la afección política en medio de una comprensible perplejidad por tan pestilente retrato de situación que no tiene visos de mejora.

La emperatriz de Madrid tiene una asignatura pendiente con la democracia. Ella y, aún peor, esa inmensa mayoría de cuantos jalean sus bravatas. Su electoralista desaire al euskera y el catalán desnudan su desdén hacia las esencias de esa Constitución que en su partido y Vox manosean cuando les interesa. Quizá porque tampoco aprecian la apuesta que entraña el texto con la concordia entre diferentes. Quizá porque ningunea ofensivamente el Estado de las Autonomías. Con esos gestos estrambóticos que encandilan las exaltaciones fascistas, Ayuso desangra a su partido. De un lado lo refuerza en su casa, allí donde casi no lo necesita para repetir su mayoría absoluta, pero, de otro, lo arrastra hacia el rincón de la inanidad en territorios donde lucha por evitar el naufragio electoral.

En la Corte, los hermeneutas de la derecha ortodoxa sostienen eufóricos que la última desfachatez de esta pizpireta mandataria le aportará un escaño más. De hecho, en la víspera de la Conferencia de Presidentes Autonómicos ya suspiraban por imaginarse el desplante. Les faltaba por sumar la descortesía de esa desabrida salutación con la ministra de Sanidad y su enconada rival en el feudo madrileño, Mónica García. La acotada mirada de esta secta, bien engrasada siempre desde el poder popular, jamás supera la proyección de la M-30. Posiblemente porque en su miopía y egocentrismo asumen que desde aquí irradian todas las fuerzas centrípetas suficientes para intimidar, cuando no determinar, la suerte institucional del resto del país. Eso sí, muchas veces no les falta razón.

Nunca como en estos días el PP ha tenido contra las cuerdas al PSOE. Ahora bien, ni siquiera en esta situación tan favorable Feijóo puede garantizarse que saldrá elegido presidente tras las próximas generales, al margen de la fecha de su celebración. La ecuación resulta desquiciante para la derecha. Le genera ansiedad. Le acerca al error. No es de recibo que sus líderes autonómicos reduzcan todas sus actuales aspiraciones territoriales en presencia del rey a la exigencia de un adelanto electoral, siempre sinónimo de inestabilidad. Mucho menos después de haber condicionado su presencia a la entelequia de un temario inaccesible por inabarcable. Peor aún, sin un argumentario propositivo más allá de la agitación. Entre unos y otros, un despropósito colectivo a modo de puñalada trapera a este tipo de encuentros que agrieta el sistema institucional.

Indecente vodevil

Ningún partido en el poder se ha atrevido a desratizar las cloacas. Principalmente, porque le son de utilidad para sus fines más espurios. Por ellas campan personajes sin escrúpulos ni catadura moral. Los estereotipos de semejante escoria son múltiples en su diversidad desde Villarejo al Bigotes pasando por Aldama o en el caso de la depravada Leire Díez, sin vergüenza ajena como sin par mentirosa. Un cóctel explosivo donde conviven delincuentes, comisionistas, policías corruptos y hasta periodistas agradecidos. Es ahí donde el estupor pierde la razón de ser. La ocasión propicia para que el desmadre más vengativo se adueñe de la situación. Ahora el turno de la pena del Telediario es para el PSOE.

El silencio de la sala de mandos de Ferraz ante los escandalosos audios persiguiendo el desprestigio de la UCO y su timorata reacción ante el falaz aforamiento de Gallardo y las osadías fantasiosas de su afiliada más detestada en Vega de Pas han sumido a los socialistas en una comprensible depresión. Quizá sin tiempo para recuperarse ante la llegada en los próximos días de nuevas tribulaciones. Un golpe anímico que ridiculiza la deshumanizada crítica del lenguaraz ministro Puente contra su compañero Eduardo Madina, y que retrata su baja estofa personal, enemigo acérrimo de la discrepancia más nimia.

Cada vez que Leire Díez pasea entre micrófonos y platós su mísera fama puntual plagada de incongruencias y embustes, el Gobierno siente el martilleo sobre su credibilidad en un ambiente putrefacto. Camina adherida a una bomba de relojería. Al matón comisionista Aldama le ocurre lo mismo. ¿Y si explotan?