Volvía al Navarra Arena Rigoberta Bandini (Paula Ribó es su nombre real), y en esta ocasión lo hacía para presentar su segundo álbum, Jesucrista Superstar, un disco doble formado por veintidós nuevas canciones. En estos tiempos, publicar tanto material de golpe puede parecer una auténtica osadía, pero la artista no quiso poner freno a su creatividad y ha entregado a sus seguidores una obra de gran envergadura que se sitúa entre lo más destacado que se ha publicado en nuestro país en lo que llevamos de año. Planteó el espectáculo como si fuera un festival musical, tipo Eurovision o la OTI.
Recalco el término “espectáculo” porque fue, verdaderamente, un concierto espectacular. Con los músicos colocados a los lados: batería y guitarra a un lado, teclados y bajo al otro, todos ellos subidos en plataformas. Al fondo, seis coristas que, cuando no cantaban, acompañaban a la cantante como cuerpo de baile. Con una estética pretendidamente kistch y demodé, la catalana desplegó sus canciones más pop de los sesenta, esas que muestran su gusto por artistas como Cecilia, Mari Trini, Massiel o Los Brincos. Sin embargo, a pesar de que una parte importante de su propuesta bebe directamente de la música de décadas pasadas, hay algo en ella que la conecta con el presente y, lejos de convertirla en un mero ejercicio de revival, la convierte en algo rabiosamente actual.
FECHA: 07/06/2025
LUGAR: Navarra Arena
INCIDENCIAS: Tercer concierto de la gira del segundo disco de Rigoberta Bandini. En torno a tres mil personas. Hora y tres cuartos de actuación.
Y es que Rigoberta Bandini tiene muchas caras: una de ellas, sin duda, es la electrónica, que quizás ocupaba más protagonismo en sus inicios, pero que, desde luego, no ha abandonado. De hecho, cuando en directo dispara hits como In Spain we call it soledad, el público se vuelve loco, directamente. Además, entre canción y canción, también incluyen ráfagas de otros artistas (Puedes contar conmigo, de La Oreja de Van Gogh, que el público reconoció y cantó), e incluso pasajes “maquineros” de electrónica dura, cercana al bakalao.
Con todos estos elementos trenzó el show (insisto, show en el sentido literal de la palabra). Con un cuidado y efectivo componente teatral, pasaron, por ejemplo, de la setentera Aprenderás, que no hubiera desentonado en uno de aquellos guateques, a la perfectamente escenificada Si muriera mañana, y después a la muy electrónica La pulga en el sofá. De distintos estilos, pero grandes canciones todas ellas, en algunas ocasiones absolutamente arrebatadoras e irresistibles. ¿Quién puede escuchar la melodía de Pamela Anderson y no tararearla durante varios días? Y como si ella no tuviese bastantes himnos, también cantó algunos de otros artistas, como El amor, escrita por Manuel Alejandro y popularizada por Massiel, dos nombres que encajan perfectamente en el concepto musical que maneja la Bandini.
Pasó del Amor de Massiel a su Amore amore amore, que bajó a cantar entre el público, mientras hablaba con la concurrencia y ofrecía chupitos a diestro y siniestro. Después del baño de masas, la popera (e irónica) Soy mayor fue el preludio de la recta final, que fue tan ecléctica como el resto de la actuación: Perra, de regreso a la electrónica y con los músicos recorriendo a cuatro patas el escenario, en postura “canina”; Los milagros nunca ocurren al salir de un after, a piano y voz; y la despedida discotequera con KAIMAN y Too many drugs, que puso al Arena, de nuevo, en estado de ebullición. En los bises, la icónica Ay, mamá, que cantaron “al puro estilo Delacroix”, esto es, con los pechos al aire, como en el cuadro La libertad guiando al pueblo, y la irresistible Busco un centro de gravedad permanente, con su sobresaliente estribillo y su referencia a Battiato. Con ella echaron el cierre a una actuación de altísimo nivel, brillante y divertida. Rigoberta Superstar.