Síguenos en redes sociales:

Limpio

LimpioEFE

El PSOE, “un partido limpio”, dijo ayer Pedro Sánchez. No sé, igual sí, pero aquí llevamos desde la semana pasada acordándonos de Roldán, de Urralburu, de Otano, personas que en los 90 no sólo hundieron en el lodo al mismo partido del que el madrileño es ahora secretario general, sino que además dejaron el terreno lo suficientemente abonado de mierda como para que, durante lustros, la derecha gobernara cómoda y sin alternativas, tanto enNavarracomo en el Estado.

Más incluso en Navarra que en el Estado. Una de las condiciones sine qua non para que el experimento político de Sánchez –y de rebote, el de Chivite– tan innovador y excéntrico en los usos consagrados en la política española desde la Transición, no podía ser otra que la absoluta ejemplaridad de todos y cada uno de los socios de investidura, muy especialmente del mayoritario. En ese sentido, parece difícilmente reparable el inmenso daño causado por el estallido sucesivo de los casos Koldo, Ábalos y Cerdán, aún incluso cuando acabara sólo limitado a esos tres nombres, cosa todavía por ver. En otro país Sánchez hubiera caído sin remedio. Aquí, de momento, le salva la torpeza y nula catadura moral de la jauría opositora, y la inmensa inquietud que provocan sus ladridos. Con Junts y Podemos no lo tengo tan claro; al PNV, a Bildu, a Esquerra o a Sumar no los veo, en cambio, poniendo puentes de plata a los Feijóo, las Ayuso o los Abascal. De todas formas, si algún día este trío siniestro acaba llegando al poder se lo deberemos, entre otros, a esa otra impúdica tresena de militantes y altísimos cargos socialistas de los que nadie a su alrededor pareció sospechar nunca nada.

Por cierto, ya está tardando una ley que posibilite la inhabilitación para participar en licitaciones públicas de empresas condenadas por corromper a responsables políticos. Aquí o en Valencia, siempre son las mismas.