Supongamos, quizá es mucho suponer, que era cierto aquello de que la función esencial de la política es mejorar la vida de la gente. Pues va a ser que no. Y es que algunos políticos destrozan ese principio al dedicar su tan noble oficio a mejorar su propia vida. Y a mejorarla desaforadamente, tal y como reconoció con todo su morro –“Yo he venido a la política a forrarme”!– aquel jacarandoso Zaplana que llegó a ministro y después a presidiario.
Visto lo visto, y si el ya mítico informe de la UCO está en lo cierto, lo que una vez más queda claro es que algunos políticos no se conforman con su sueldo, que suele ser más que digno, y se empeñan en forrarse. Caiga quien caiga. Desde que en este país se implantó la democracia –antes, claro, ni se sabía, ni se denunciaba, ni se discutía– nunca han faltado políticos que intentan llegar al poder como sea, a codazos, a navajazos, a golpe de mentiras y promesas para, una vez logrado, enriquecerse.
Respetada la presunción de inocencia, aquí el trío de la bencina no solamente ha abusado del poder en beneficio propio sino que ha llenado de indignidad todo el impulso democrático y progresista aportado por el Gobierno español y sus apoyos, y de paso el cambio igualitario de progreso en Nafarroa. La presunta conducta de los Ábalos, Cerdán y Koldo es totalmente contraria al rechazo de la corrupción que prometieron, sino una repugnante confirmación de cómo se llega a corrupto sin ningún miramiento. No puede soportarse la indignación ante el comportamiento de quienes presumieron de feministas por ser socialistas y allá anduvieron repartiéndose y disputándose como ganado a las Jessicas, Ariadnas y demás víctimas del abuso machistas. Quienes debieran ser ejemplo, resultaron puteros, cutres, además de chorizos.
Nos han robado, también, la ilusión, la esperanza de una conducta política honrada y solidaria. Tocaron poder, y lo usaron en provecho propio. Y ahí vamos, de decepción en decepción, de trampa en trampa, abrevando de la teta del poder, dueños y señores de la obra pública para convertirla en cazo y compadreo. Esta vez no han sido los de siempre, no. Esta vez pensábamos que eran de los nuestros pero eran igual de corruptos. Malditas adjudicaciones, malditas comisiones bajo manga, maldita prostitución de la política. Ojalá llegue el día en que toda adjudicación pública, desde las grandes obras hasta el último bolígrafo, sea controlada y revisada por una autoridad independiente, honrada e imparcial.
Es lo que hay. Que nadie se extrañe cuando se está comprobando el alejamiento, incluso el menosprecio de los políticos y la política de tanta gente desencantada y profundamente cabreada. Hasta este momento se trata de un informe; si luego resulta que se prueba y se sentencia, apaga y vámonos.