Estimados miembros (y miembras) de los Comités de Competición, Apelación y demás: cualquier aficionado al deporte con dos dedos de frente sabe distinguir una invasión de campo –a cara de perro, a agredir al árbitro o a los jugadores del equipo rival– de una invasión de campo cuando tu equipo logra el ascenso a Primera División. Si un solo jugador del Mirandés informa de que un solo hincha del Oviedo le molestó en esa invasión final, nos callamos. Pero si, como parece, fue absolutamente pacífica y exclusivamente eufórica, mal harían en castigarla con el cierre de campo, que es lo que se está oyendo que va a pasar. Una vez más, la rigidez de los reglamentos choca de lleno contra el sentido común y, en este caso, contra los sentimientos de una afición feliz. Aplicar la letra de la ley pisoteando el espíritu de la ley no sería de buenos jueces, sino de tiquismiquis que no entienden la pasión que desata el fútbol.
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