Cuando todo se viste de rojo y blanco, cuando la música ya suena en nuestras calles de Pamplona, este año ha surgido un debate estéril en las calles: “que… si se han olvidado de San Fermín en el cartel”, “que… si el santo no aparece en un vídeo promocional”, “que… si se hace una encuesta de la importancia de San Fermín”… No soy de entrar en polémicas, pero como arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela no concibo unas fiestas sin nuestro santo patrón San Fermín. Si quitamos a San Fermín ¿qué nos queda? Nos quedamos sin fiestas, ¡no nos queda nada!

Desde la procesión con San Fermín del día 7 de julio, de las más bonitas que he visto y participado, ¡y he estado en muchas!, hasta la invocación al santo cada mañana antes del encierro, todo nos habla de nuestro santo patrón. No nos engañemos, San Fermín no es un adorno de nuestras fiestas, no es una excusa para correr, bailar o brindar. Es el alma espiritual, humana y social de nuestra ciudad y de nuestra comunidad foral y, por lo tanto, también de estos días de fiesta. Por mucho que le quitemos de lugares tradicionales, él está, por mucho que lo silenciemos, él aparece, son más de ocho siglos de fiestas de San Fermín.

Unas fiestas que se remontan al siglo XII cuando comenzaron con celebraciones religiosas en honor al santo y al primer obispo de Pamplona, motivado todo por la llegada a nuestra ciudad de las reliquias de Amiens en 1186. Unas fiestas que tienen su origen en nuestro patrón y santo más internacional, San Fermín. A partir de ahí fueron surgiendo añadidos a la fiesta original, que siempre estaba centrada en nuestro patrón. Es a partir del siglo XIV cuando van apareciendo otro tipo de actos festeros, como son los traslados de toros de lidia, conducidos por pastores y caballistas cuando desembocarían en los famosos encierros y corridas de toros. Pero ¡que no se nos olvide!, las fiestas de San Fermín tienen su origen en el santo y todo lo que su vida y martirio ha representado.

Un pueblo con memoria es un pueblo con fe. Un pueblo sin memoria es un pueblo huérfano, que nos lleva a repetir los errores de nuestra historia. San Fermín no solo representa un pueblo con fe, sino que es el centro y el pilar de nuestra historia. Querer quitar a San Fermín del centro de las fiestas no es solo quitar una figura religiosa y atentar contra la fe de todo un pueblo, sino desconectar la fiesta de sus raíces. Es como cortar un árbol de su raíz y esperar que siga dando frutos. Ni los que somos de casa ni los que nos visitan de fuera, estos días entenderían una fiesta sin nuestro santo patrón San Fermín.

Unas fiestas que favorecen la comunión de toda una ciudad y de todos los visitantes. San Fermín une a todos, habitantes de Pamplona, de Navarra y visitantes de todo el mundo. Está por encima de ideologías, de postulados políticos, de proyectos económicos. Estos días todos hablamos de San Fermín, porque cuando decimos “los Sanfermines” estamos hablando de San Fermín, de nuestro patrono, del primer obispo de Pamplona, mi antecesor. Un obispo que entregó su vida por una causa justa: Jesús.

Como Iglesia, no estamos aquí para imponer. No se trata de obligar a nadie a creer, ni a participar en actos religiosos. Pero sí decimos con respeto y convicción que San Fermín es nuestro, que quitar a San Fermín de Pamplona es quitar parte de su fe y de su historia, también de nuestra identidad. No tengamos miedo de nuestras raíces. No escondamos al santo que nos dio nombre, historia y camino. Conozco a personas que solo van a los actos religiosos. ¿Estas personas no tienen derecho a celebrar las fiestas de San Fermín como ellas quieren y creen? San Fermín es el alma de Pamplona. Y no solo de los creyentes, sino también del pueblo que reconoce en él un símbolo de unidad, de entrega y de esperanza. Un símbolo de fiesta y celebración.

Quitar al santo del centro de nuestras fiestas es borrar toda una historia y testimonio de entrega y martirio. Un testimonio del que se sienten orgullosos muchos ciudadanos de Pamplona y de toda Navarra. San Fermín, obispo y mártir, vivió el Evangelio con tal intensidad que fue capaz de dar su vida por Cristo. Y eso es algo que no se puede olvidar entre la música y el bullicio. Por eso decimos: “Sin San Fermín, no hay fiesta verdadera”. Porque sin fe, sin sentido, sin amor, sin entrega, sin historia, las fiestas de San Fermín se quedan huérfanas de sentido, de historia, y lo que es más triste, sin futuro.

¡Viva San Fermín! ¡Gora San Fermín! ¡Felices fiestas!

El autor es arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela