Chivite almorzó brocheta de anguila antes de exponer su balance de ecuador de legislatura en los jardines de Palacio. Adoptó su piel resbaladiza ante la tanda final de preguntas de los periodistas. En realidad, el carácter resbaladizo de la piel es muy común en la morfología de los políticos. Dos años “fructíferos”, resumió, con “una exigente agenda de trabajo” para los próximos. Juegos florales en el segundo año triunfal.

Abrió las carpetas de cada uno de los Departamentos –presentes casi todos los cofrades en el presbiterio escalonado– menos la correspondiente a la autocrítica, quizá porque nadie la quiere asumir. Y mira que hay carencias en atención a la salud, dependencia, industria, comunicaciones, vivienda, migración, siniestralidad laboral… Concluyó su extenso parlamento con un rotundo rechazo a que se cuestione la “reputación” del Gobierno (“Limpio y transparente”) y de Navarra a raíz del caso Cerdán, del que se negó a hablar.

Chivite manos quemadas ya venía llorada de su comparecencia del 12 de junio. Estratégica autodefensa preventiva con Santos Cerdán en la cárcel y varios informes policiales pendientes, sin olvidar las “irregularidades” detectadas por la Cámara de Comptos en el proceso administrativo de la adjudicación de las obras de duplicación de los túneles de Belate. Llamativa defensa a ultranza de la honestidad del Gobierno. Nervios. Incertidumbre. El miedo envalentona. Una actitud de vigilia sería más prudente.

Santos Cerdán ha sido su padrino político, ha lubricado las relaciones con la Administración del Estado, ha gestionado pactos políticos en Madrid y en Navarra y ha vigilado adjudicaciones de la Administración Foral. Influyente en la gobernanza y en la vida interna de PSOE y PSN. Su acólito Ramón Alzórriz, escudero parlamentario de Chivite, se confesó desleal con la presidenta. Por un pequeño enchufe de economía doméstica. Dimitió de cargos. Le han dado nuevos galones en la Cámara. Es de la cuadrilla.