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Editorial

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La brecha generacional

Los nuevos jubilados ya ganan más que los jóvenes asalariados, una situación preocupante porque amplía la desigualdad y el desequilibrio de renta y riqueza entre jóvenes y mayores, con una vertiente de fractura social

La brecha generacionalJavier Bergasa

Estamos ante un debate serio, de calado, que exige reflexión y también acción. Porque no solo tiene consecuencias sociales, sino también políticas. No es un asunto individual, sino colectivo. Empieza a aflorar una fractura generacional preocupante, con viejos clichés pero también con nuevas manifestaciones. Y también con debate interesado o sesgado al rededor. Recientes estudios estadísticos han puesto sobre la mesa la foto de que hoy en día, los nuevos jubilados ya perciben ingresos superiores a los salarios de las y los trabajadores menores de 35 años, una brecha generacional que amplía la desigualdad y el desequilibrio de renta y riqueza entre jóvenes y mayores y que tiene una vertiente de fractura social.

En parte es cierto. En 2002, los menores de 35 años poseían el 7,5 % de la riqueza nacional; en 2022, solo el 2 %. En el otro lado, los mayores de 75 años han aumentado su cuota del 8% al 20 %. La riqueza mediana de los nacidos en los años 80 es casi un 50 % inferior a la de los nacidos en los años 60. Las estadísticas parecen claras, pero los análisis están abiertos y no se puede generalizar, porque ahí están también muchos pensionistas que no llegan a final de mes y jóvenes con alto poder adquisitivo.

Lo que hay que evitar es buscar enfrentamientos entre generaciones, entre derechos de unos y otros. Es mucho más complejo. La sostenibilidad de nuestra sociedad, también del sistema de pensiones, se basa en una solidaridad intergeneracional. Pero no se trata de quitar a unos para dar a otros, sino de adoptar medidas para que todos puedan desarrollar sus proyectos de vida con dignidad. Las políticas de vivienda, educación y trabajo son fundamentales. Las soluciones nunca son fáciles, pero es importante detectar y dimensionar los problemas reales que existen. Porque los hay.

Sobre todo para evitar que determinados movimientos y partidos capten y canalicen un descontento de parte de la juventud que, según otros estudios, opta mayoritariamente, en determinados lugares y cohortes de edad, por la desafección o por opciones populistas de extrema derecha que encima se arrogan un aurea de antisistema. Las redes sociales y los algoritmos hacen el resto. Viejos problemas con nuevos detonantes. El mundo gira a la derecha. Y gran parte de las nuevas generaciones, por acción o reacción, también. Se trata de un tema, en cualquier caso, muy sensible y poliédrico que merece un análisis sociológico y una estrategia política integral y valiente antes de que acabe cuajando una fractura de consecuencias impredecibles.