Recuerdo habernos perdido en un cruce entre dos caminos de tierra al principio de una noche sin luna. Sólo había luciérnagas que se encendían y apagaban como semáforos microscópicos en medio de la selva tanzana. Los faros del coche alumbraron dos cuerpos infantiles que caminaban hacia un recuadro de luz al fondo de todo. Nos dejamos guiar por aquel faro. Al llegar salimos del coche y en territorio swahili descubrimos el mismo ritual que habían practicado aquí nuestros padres en los años 50. Toda una aldea sentada en semicírculo, en éxtasis ante la luz que emanaba un nuevo dios. El televisor.
Mi madre experimentó la misma atracción cuando se instaló en el bar del pueblo el primer y único aparato con una pantalla en la que aparecían personas que se movían y decían cosas. Cuando yo era una de ellas, mi sobrina me preguntó con la lógica impermeable y maravillosa de los 5 años cómo me hacía pequeña y por dónde me metía en el televisor. Las pantallas van mutando, pero su reino va camino de lo antiguo. Leo en una web sobre tecnología y ciencia que hoy las pantallas son para niños pobres y los libros, para los ricos. Los hijos de las élites tecnológicas asisten hace tiempo a colegios donde se vetan tablets y ordenadores y se ha recuperado el poder de los libros. Parece que la brecha social ya no la marca sólo tener dinero, sino también capacidad para concentrarnos.
Menores enganchados 11 horas al día a las pantallas: una epidemia digital con graves secuelas emocionales y físicas
La cascada de vídeos de 4 y 8 segundos durante una hora sustituye a sumergirse ese rato en la lectura de un libro. El nivel de comprensión lectora de la infancia pobre va bajando. Pasan dos horas diarias más ante el móvil que los de familias acomodadas. La pantalla puede ser comida basura. Accesible, fácil, tentadora y adictiva. No requiere esfuerzo. Nos gana también a los adultos. Media hora sentada en el baño viendo reels. Creo que no leer en profundidad también nos hace perder espíritu crítico. Y que por esa grieta es más posible que se cuelen los titulares falsos, la información interesada y las teorías conspirativas.