Veo a G, que está radiante a falta de dos meses para dar a luz. Escucho y pregunto, las cosas cambian. Las de alrededor y con ellas la percepción de la crianza, sus conocimientos, sus exigencias. Cuenta que ahora es frecuente que las madres busquen pulpitos para las y los bebés, aunque ella prefiere un perro. ¿Pulpitos? Sí, muñecos para colocar en las cunas, de ganchillo, con su gran cabeza, dos ojos enormes, una sonrisa y sus ocho tentáculos reglamentarios. ¿Por qué pulpitos? Porque durante el periodo intrauterino las criaturas se aferran al cordón umbilical y, en el exterior, los tentáculos del cefalópodo de algodón les proporcionan una sensación de seguridad sustitutiva.
Días después, E, que acaba de tener un nieto, me amplía la información. En torno a los pulpitos hay todo un movimiento de tejedoras voluntarias organizadas en una ong, con rigurosos estándares sobre los materiales y la elaboración. Nacieron como una iniciativa danesa dirigida a bebés prematuros que han de pasar un tiempo en la incubadora. Sujetando los tentáculos regulan sus constantes y, además, se evita que agarren elementos como sondas o viales.
Uno de los libros sobre la maternidad que me parece más recomendable es La mujer y la madre, de Elisabeth Badinter. La maternidad y la crianza son hechos que se asocian con una gran cantidad de esencialismos, como si su ejercicio fuera inmutable, y nada más lejos de la realidad, como demuestra la autora francesa. Lo material y la logística, la evolución de los ajuares, las pautas de sueño, alimentación, higiene, bienestar y salud, la educación y la centralidad de niños y niñas se insertan en cada época y la reflejan y no son ajenas ni al mercado ni al deseo contradictorio de individualidad e inserción en el grupo correcto. Un interesante tema de investigación.