En una ocasión, una pareja me paró en la Plaza del Castillo para preguntarme si aquello que se veía al fondo era un monumento digno de visitarse, si merecía la pena el paseo hasta allá. Levanté la mirada y aquello era la omnipresente cúpula de Los Caídos. Les aseguré que se trataba de una arquitectura sin gran valor, un sepulcro de sublevados a mayor gloria del franquismo que ofendía –y ofende– a muchos navarros. Esta semana hemos conocido el informe de un comité de expertos sobre el futuro centro de memoria que se ubicará en Los Caídos y en el mismo se propone, entre otras actuaciones, que se reste protagonismo a la mencionada bóveda.
No que desaparezca ese mamotreto, no. Se trata de que el futuro arquitecto responsable imagine y proyecte algún elemento –cristales reflectantes, plantas o qué se yo– para tamizar y ocultar la visión de la cúpula. Si no la queremos ver, ¿por qué no la derruimos? Los mismos expertos nos dicen que debe ser transformada porque su derribo favorecería la memoria de los perpetradores al destruir pruebas de lo ocurrido. Por esta regla de tres, nunca debimos de tapar aquello de “Navarra a sus Muertos en la Cruzada” por el cartel de “Sala de Exposiciones”. Hay quien habla de informe a la carta. Yo, no tengo palabras. Sólo mucha tristeza.