EL presidente Trump anda todavía resentido porque no recibió el Premio Nobel de la Paz a pesar de sus esfuerzos y logros por aliviar las tensiones entre Israel y Hamás y por mejorar la situación de los habitantes de la Franja de Gaza.

No sorprende la actitud de Trump, un hombre ávido de admiración y reconocimiento, pero ese galardón le iba a dar poco más que la pleitesía rendida por los jefes de estado de todo el mundo: mientras él recibía los parabienes del gobierno y el pueblo israelí, le esperaron durante horas en la ciudad egipcia de Sharm El Sheikh para felicitarle

Todavía más satisfactorio podía ser recordar que muchos de ellos le habían ignorado y criticado públicamente desde que se presentó por primera vez a elecciones presidenciales hace más de diez años y le siguieron atacando durante su primer mandato así como su segunda campaña electoral.

Está por ver si el futuro confirma los motivos de entusiasmo de Trump o si da la razón al escepticismo de los ciudadanos flamencos del Comité del Nobel quienes no le concedieron el galardón al que tanto aspiraba, incluso a pesar de que su exrival para la presidencia, Hillary Clinton, anunció que ella personalmente presentaría su candidatura si es que lograba la paz en Gaza.

Ni en esa región torturada por la historia ni en lugares más pacíficos se puede prever el futuro desarrollo político, pero lo cierto es que grupos terroristas como Hamás tienen una gran capacidad de supervivencia, gracias a la inestabilidad en que se desenvuelven y lo intratable de los problemas que han motivado la violencia y tensiones de que se nutren.

La conducta de Hamás después de celebrar los acuerdos confirma la fragilidad de esta paz lograda en Gaza, tanto por las ejecuciones de sus rivales políticos como por su negativa a renunciar a las armas y la violencia.

Trump, quien se manifestó dispuesto a dar algo así como un voto de confianza a Hamás, ya ha dicho que los aniquilará si continúan con sus ataques, pero la Historia demuestra que es muy difícil e improbable aniquilar totalmente a estos grupos terroristas afincados en un terreno inhóspito para fuerzas extranjeras y difícil de interpretar para diplomáticos y políticos.

Todas estas razones justifican el recelo del comité del Nobel en conceder el premio de la paz a Trump, pero no podemos olvidar que ese mismo comité se apresuró hace 16 años en conceder ese galardón al recién elegido presidente Barak Obama, quien apenas había tenido tiempo de llevar a la práctica las intenciones por las que se le premiaba.

Obama se convirtió así en el cuarto presidente norteamericano en recibir el Nóbel, aunque su nombre, como el de sus predecesores Theodore Roosevelt, Woodrow Wilson o Jimmy Carter, difícilmente se identifican hoy con líderes que llevaron la paz al mundo.

Lo que sí tienen en común estos cuatro presidentes es su afiliación política pues todos eran miembros del Partido Demócrata. Algunos podrían sospechar que, si Trump se hubiera quedado en las filas de ese partido al que una vez perteneció, tal vez el Comité Nobel le habría mirado de una manera más favorable.