Hola personas, ¿cómo va la vida? Va, y si va, más o menos tranquila, no tocarla, no arriesgar. Los tiempos están muy jodidos para muchos, a poco bien que nos vayan las “cosas”, -palabra polisémica que lo engloba todo-, a no quejarse y que siga la racha. Bien, esta semana voy a contaros un paseo por Pamplona que me ha gustado mucho, pero antes quiero hacer unos comentarios ciudadanos.

El primero de ellos es un poco grasiento. Estos días han montado, de nuevo, un hamburguesodromo en el parque La Runa, en el entorno de nuestro río, de nuestro paseo del Arga. Se hacen llamar The Champions Búrguer, y van a llenar la Rotxa durante 12 días de ruido, olor e invasión, a cambio de nada. Como ciudadano no me gusta el evento de marras, pero como hostelero, que cumple religiosamente con todas las normas, he de protestar enérgicamente contra este descontrolado festival del colesterol, que ya el año pasado dejó varios afectados por una bacteria y una peste a barbacoa que aun se olía dos meses después. ¿Dejó algo más en beneficio de la ciudad?, lo dudo mucho. He visto un video promocional de una de las hamburguesas concursantes, se llama La Gamberra 3.0, y hay que tener valor para meterse eso en la boca.

Otra de mis protestas de hoy, y a la que ruego pongan remedio antes de que sea tarde, son los patinetes eléctricos en Pamplona, que proliferan por aquí y por allá, que van por las aceras a mil por hora, que adelantan en los carriles bici, por la derecha o por la izquierda, sin avisar, sin bajar la velocidad. Más pronto que tarde ese pequeño artilugio va a mandar a alguien al otro barrio. Sino al tiempo.

Y la última de hoy, hace referencia a un punto conflictivo de la ciudad, la antigua Ikastola Jaso. ¿Cómo es posible que ese edificio no esté tapiado, vallado y con una patrulla permanente de vigilancia? No hay semana que no leamos en la prensa: un acuchillado en la Jaso, un herido con una botella rota en la Jaso, una pelea en la Jaso deja un balance de… Hagan algo antes de que sea tarde.

Dado este paseo virtual por los problemas de la ciudad, vamos a darnos un paseo real por rincones bonitos de Pamplona, que superan con creces a los anteriores. Esta semana mis pasos se dirigieron hacia el sur. Salí de casa y tomé Carlos III, llegué al monumento a los caídos, que debería llevar un chándal naranja, ya que está en el corredor de la muerte. No sé lo que harán con él, pero por favor que no se destruya la obra de Soltz.

Cambié de lado pasando por delante de su fachada y a mi memoria reflotaban los buenos ratos pasados en lo que llamábamos las cazuelas, esas dos grandes hornacinas que hay a derecha e izquierda de la puerta principal y que tantas veces dieron cobijo a romances juveniles. Llegué a la calle Amaya e hice a la derecha para estrenar el nuevo tramo, el nuevo final que te lleva hasta la calle Monjardín. La verdad es que está muy bien, edificios sobrios, bonitos y algo de verde. Suficiente.

Tomé la calle Monjardín y dejando el IV Ensanche a mi derecha, me encaminé dirección Mendillorri. Detuve un rato mi caminar para ver con calma el nuevo barrio desde tan privilegiado balcón y vi que las grúas siguen a pleno rendimiento, que las jaulas de hormigón predicen nuevos edificios y que en aquellos ya acabados empieza a verse la consolidación del vecindario, los balcones florecidos, amueblados con mobiliario de jardín, bonitos unos, punibles otros, algunos con el dueño del castillo asomado a sus almenas, otros con niños jugando, que le dan vida y ruido al entorno.

Seguí mi camino y tras pasar las Ursulinas a mi derecha y el Sagrado Corazón a mi izquierda, llegué al puente que me lleva a Mendillorri. Nada más empezar a subir vi lo que llaman la fuente de la Teja. Pretender que nuestra antigua fuente, rincón de juegos y meriendas veraniegas, sea ese horroroso tapial que ahí han levantado es mucho pretender. Hice unas fotos del entorno, con la chimenea de la antigua tejería como protagonista y continué subiendo hasta llegar a la calle Concejo de Ustárroz, que lleva a los depósitos de agua y al final de la parte alta de este nuevo barrio.

Llegué hasta allí y disfruté de las vistas que la naturaleza en Pamplona me ofrecía, eran las 18:30 y el sol ya caía sobre la sierra de Alaiz, escondido entre nubes dejando escapar un haz de rayos que teñían de rojo toda la escena: sol y nubes arriba, montes al centro y abajo el recorte de la ciudad. Paré a admirar y fotografiar lo que desde allí se me ofrecía y reanudé mi andada para tomar el serpentín que baja a terrenos de Mutilva. Un tractor pasaba la vertedera por una pieza y la sequedad de la tierra provocaba a su alrededor una gran polvareda. También eso da vida al paseo.

Llegué al vecino municipio por la parte más nueva, en la que aún se construyen casas sin parar. Dos edificios me llamaron la atención por estar levantados enteramente de madera, de hecho, la calle olía a serrería. Al pasar una calle vi un parque y escuché cencerros de oveja, no lo pensé y subí a buscarlas, llegué a un cerrado donde hay una veintena de ovejas muy graciosas, que se acercan a la alambrada y sacan la cabeza para que las acaricies, se diría que tienen algo de oveja y algo de perro pastor. Unos niños jugando con las ovejas estaban encantados.

Visto el ganado de Mutilva, volví sobre mis pasos hasta la vieja zona de chalets, ya con más de treinta años de antigüedad. Salí a la rotonda donde antaño se levantaba la Torre Unciti, hoy profanada y convertida en apartamentos. La torre sigue, pero no así su entorno en el que se podían encontrar elementos históricos como un arco de medio punto perteneciente a la casa de la abuela de San Francisco Javier en Sada. Según me contaron, el arco ha sido trasladado a la plaza del municipio vecino como decoración.

Abandoné el pueblo vecino para tomar las calles del Soto de Lezkairu y subí por la calle Mutilva, terminando el paseo recorriendo una calle con más de medio siglo de vida, casas históricas que ya estaban allí cuando el Soto era zona de juegos y aventuras en la infancia, cobijo de primeros amores en la adolescencia.

Tempus fugit.

Besos pa tos.