El cementerio de San José de Pamplona cuenta con 1.219 fosas y 4.391 nichos libres. Las incineraciones han alcanzado este año el 83,89% de los servicios. Sería interesante conocer qué circunstancias influyen en el dato y lo matizan en otros lugares de Navarra. Y también, qué diferentes destinos se da a las cenizas y cómo se desarrollan las despedidas, qué variantes se insinúan o están ya plenamente instaladas.
Seguro que recuerdan que hace unos años la Iglesia católica puntualizó que si bien no se oponía a la cremación porque dicha práctica no tocaba el alma y no impedía la resurrección de la carne, consideraba más adecuada la inhumación. En cualquier caso, no permitía la conservación de las cenizas en las casas, su dispersión o su transformación en joyas o recuerdos. La apertura de espacios para columbarios en algunas iglesias va en línea con esta postura.
Se dice que decía Mark Twain que la historia no se repite pero rima. En este caso, estamos ante una rima de largo recorrido y me explico. Entre finales del segundo milenio a.C. y principios del primero se produjo en nuestro entorno la progresiva sustitución de la inhumación por la incineración. Fruto de ello son los llamados campos de urnas, necrópolis donde se enterraban los recipientes que contenían las cenizas.
Este cambio en los rituales funerarios respondió a profundas transformaciones culturales, como hoy, que, contradictoriamente, junto a la amenaza de la reanimación virtual cortesía de la IA para crear la ilusión de un presente aún compartido, se percibe un deseo de desmaterializar las prácticas funerarias para facilitar la sosegada instalación en el pasado. ¿Cómo querría usted que fuera su despedida ahora que cerramos el primer cuarto del siglo XXI rimando con el Bronce final? ¿Se lo ha contado a alguien? ¿Tiene pensado hacerlo?