Caminaban por un parque Miguel de Unamuno y Francisco Villaespesa y, al pasar junto a un estanque, el almeriense preguntó qué flores eran esas que flotaban en el agua. Pues qué van a ser, contestó el bilbaíno: son los nenúfares que sacas en tus sonetos. A saber cuántos citó el modernista sin haber visto ni uno. Quizás llegó a los 250 que pintó Claude Monet al final de su vida, allá en los jardines normandos de Giverny.

Me acordé del chisme, apócrifo y manoseado, al oír que en otro parque, el del campus de la Universidad de Navarra, varios embozados patearon a un periodista. Otros apalizaron a un estudiante hasta dejarlo sin dientes. La razón no hay que buscarla: la encuentran a posteriori. Tal vez a uno lo ostiaron por empollón y al otro para poner encima de la mesa el papel de los medios de comunicación. Qué tiempos. El caso es que, si alguien preguntara qué es eso de linchar al prójimo, cabría responder que precisamente eso es el fascismo, eso a lo que tanto alude el antifascismo belicoso en sus sonetos de guardia, léase tuits, carteles y grafitis. También lo es, ya que estamos, amenazar a profesores en otra universidad, vieja costumbre renovada.

Porque no hace falta traer a Pier Paolo Pasolini para concluir que obrar así, a lo bárbaro y matonesco, a lo abusón y gregario, recuerda bastante a cierta Italia. O sea, a los nenúfares contrarios, igual de uniformados. En cuanto a quienes lo aplauden en tribunas y platós, en Tolosa o en Madrid, será que ignoran cómo suele acabar esta película: los chavales al trullo y los adultos, eurodiputados. O será que se la saben de memoria. Todo un clásico de la violencia en cuerpo ajeno.