Es más que evidente que a la parroquia rojilla lo que nos motiva es que el equipo gane y juegue bien y se asome a los puestos de arriba. Temporadas con arranques tan efectivos como la del año pasado con Vicente Moreno o campañas coqueteando con Europa y más cerca de esto que de descender como varias de las de Jagoba Arrasate son las que de verdad te hacen tener una cierta tranquilidad y calma, la que faltó en el periodo de 2014 a 2019.
Ahora, en cambio, parece que estamos de nuevo en una de esas rachas de escaso juego –aunque el día del Celta se mereció mucho más– en las que el equipo no acierta y hay varios jugadores claves lesionados o lejos de su nivel y en las que el entrenador no tiene muy claro si por aquí, por allí o por dónde. Estas temporadas, reconozcámoslo, nos gustan. Vamos, así en alto no lo vamos por ahí reconociendo, pero en el fondo todavía tenemos en el adn la impronta de seguidores que llevan toda la vida salvándose en las tres o cuatro últimas jornadas y que las han visto de todos los colores. Por supuesto, no es agradable ver que el partido de hoy ante el Sevilla se presenta casi como otra no ya final pero sí antesala de estas –como pasó en Oviedo, con un rendimiento justísimo en cuanto a prestaciones–, pero no es menos cierto que la adrenalina que se genera en el aficionado en situaciones así es lo suficientemente alta como para que genere adicción. Creo que casi todos firmamos temporadas tranquilas aspirando a Europa pero que esos mismos casi todos firman una campaña mirando hacia abajo con partidos de infarto y muchos mosqueos pero que, lógicamente y sin dudas, al final nos salvemos.
Pero bueno, que aún no estamos ahí, acabamos de pasar el primer cuarto de la competición y aún hay mucho margen para que Lisci presente algo compacto y fiable y para que la plantilla dé un paso al frente. A ver si ganamos hoy o al menos damos otra imagen mejor que la de Oviedo.
src="https://www.noticiasdegipuzkoa.eus/statics/js/indexacion_Trebe.js">