LamentosCEDIDA
El luctuoso final de la ópera Dido y Eneas, es, sobre todo, un lamento por una despedida. Una despedida sin venganza (no como en Les Troyens de Berlioz), que ha sido considerada no sólo el lamento del ser humano acerca del mundo, sino la tristeza del mundo entero por un ser humano (impresionante el aria Cuando esté acostada en la tierra…). En la versión que hoy nos ocupa, hubo un doble lamento: un desgraciado accidente doméstico impidió actuar a Raquel Andueza, (muy esperada en este rol); le deseamos pronta recuperación. La sustituyó Lucía Gómez Aizpurua.
Y, aún con cierta tristeza y preocupación de fondo, todo se recompuso gracias al incuestionable magisterio de Andoni Sierra, el titular del Conductus y de la velada. No olvidamos la magnífica versión de La Pasión según San Marcos, por estos ensembles, en el MUN (DN 6-4-2019). Dido y Eneas es una obra que no tiene grandes agarraderos de virtuosismo vocal, (ni en coro ni en solistas), por lo que aquí es mucho más importante saber exteriorizar y trasmitir los estados de ánimo en esa escritura más bien comedida; ni los enfados, ni los desengaños, ni, incluso la muerte, tienen el dramatismo de la ópera romántica, claro. En la versión que hoy nos ocupa, fue el coro el que más impactó a los oyentes: quizás, de lo mejor de Europa, hoy en día, para este repertorio.
‘Dido y Eneas’, de H. Purcell
Intérpretes: Conductus Ensemble, coro y orquesta.
Reparto: Lucía Gómez Aizpurúa, Dido. Ferran Albrich, Eneas. María Pujades, Belinda. Haizea Lorenzo, segunda mujer. María Izaga, hechicera. Jaune Gaminde y Mario Hernández, brujas. Aitor Garitano, marinero. M.Jesús Ugalde, espíritu.
Dirección: Andoni Sierra.
Programación: Temporada del Baluarte.
Fecha: 9 de octubre de 2025.
Público: Casi lleno el patio de butacas.
Sonó siempre equilibrado, con claridad dentro del estilo, y, a la vez con una densidad que otorgaba al texto una convicción y verdad que llegaba al público; con unos ataque en matiz piano muy cuidados y precisos (por ejemplo en el texto “…con caídas alas…”), y unos fuertes (siempre en la potencia del estilo) llenos, convincentes, rotundos (cuando canta “…mantened la guerra…”). El coro, además, suministra al proscenio de todos los personajes secundarios con solvencia y calidad (mejor, decir de reparto, nada es secundario en esta obra): magnífico timbre en soprano (otra mujer, perfecto el dúo) y tenor (marinero); impactantes brujas (contralto y contratenor); y a la misma altura el resto (hechicera y espíritu). Asimismo, el grupo instrumental lució un sonido historicista y muy moderno a la vez. La sabiduría de Sierra sobre este período de la música, es manifiesta: intercala oboes entre los violines (solo dos), con una eficacia de cuerda primera, admirable. El chelo (continuo) inagotable. Y los detalles jazzísticos del contrabajo para potenciar el pedal (bajo continuo), un hallazgo. El tempo, siempre el adecuado, obedece a la claridad del texto, y remarca los contrastes: lo exultante (más rápido), con lo más melancólico (una lentitud no pesada). Todo bien movido y matizado en esa aparente sencillez de la partitura.
En cuanto a los solistas, con toda la comprensión que supone una sustitución de muy última hora, quizás estuvieron, en general, un poco por debajo de los ensembles. Lucía Gómez de Aizpurúa (Dido), comenzó algo nerviosa, Pero fue a más; luce una hermosa voz, con poderío y cuerpo, que incide bien en lo dramático y cuyo timbre encaja con el Eneas de Ferran Albrich, que le da la réplica correctamente. La Belinda de María Pujadez es de timbre blanco, limpio, quizás con más inocencia de la deseada. Pero siempre es satisfactorio, y más, escuchar en directo la ópera inglesa más famosa.