Circula por medios y redes una información que nos dice que Estados Unidos y Rusia están tratando de llegar a un acuerdo para terminar con la invasión de Ucrania, sin por ahora, que se sepa, la participación de Ucrania ni de la Unión Europea. Dicho acuerdo incluiría, hipotéticamente, el reconocimiento de Crimea y los oblast de Lugansk –Rusia controla el 99%– y Donetsk –el 70%– como rusos, la reducción del ejército ucraniano, la imposibilidad de usar armas de largo alcance y hasta un total de 28 puntos, que al parecer también incluirían que Rusia devuelva los territorios de Jerson y Zaporiyia que ahora controla –más o menos el 70% de ambos–.
No sé en qué acabará todo esto, ni si Ucrania, acosada ahora por el lento pero inexorable avance ruso, la falta de soldados y los escándalos de corrupción, estará dispuesta a aceptar o no y qué condiciones sí y cuáles no, pero lo que es obvio es que sin entrar en una guerra mundial abierta con la intervención directa de otros países el devenir de los acontecimientos es que Ucrania cada año pierde más territorio, algo de lo que son perfectamente conscientes todos, en Ucrania, en Rusia, en los despachos estadounidenses y en los europeos. Una realidad dura, pero es la que hay. Rusia posee mayor volumen de soldados, más medios y acercándonos al cuarto año desde que comenzó la invasión nada hace indicar que tenga ninguna intención de renunciar a muchos o a ninguno de los objetivos que se planteó inicialmente.
Así las cosas, no sé si este plan o alguno similar que depare el futuro puede ser el que finalmente signifique la finalización de los enfrentamientos, una contienda brutal y que casi creíamos anacrónica en la Europa del siglo XXI y que ha supuesto miles de fallecidos y amplias zonas de un país arrasadas por las bombas y el fuego. Sería quizá muy optimista pensar que cuando esto acabe la geopolítica mundial aprenda alguna lección.