La relación entre Europa y Estados Unidos atraviesa un ciclo de desconfianza, el más grave del último siglo. En muchas capitales europeas crece la sensación de que los aliados europeos del eje transatlántico son tratados por Washington más como mercado cautivo y retaguardia militar que como aliadas con voz propia, mientras la Comisión Europea gestiona estas tensiones sometida a contestación interna.
El acuerdo, hoy casi olvidado, que rebaja o suspende parte de las contramedidas europeas frente a los aranceles de Trump se proyecta como un mal menor necesario para evitar una guerra comercial total, pero muchos sectores lo leen como una cesión acelerada que deja a la UE sin palancas reales. Europa asume costes relevantes en industrias clave a cambio de una paz comercial frágil y bajo condiciones dictadas desde Washington, lo que refuerza la incómoda asimetría instalada a partir de la estrategia de Donald Trump.
En las últimas fechas, se añade las divergencias sobre la crisis en Ucrania, ante la que el llamado plan de paz de Trump ha encendido todas las alarmas. Las filtraciones sobre las exigencias a Ucrania y las concesiones a Rusia tienen más que ver con el interés electoral y económico de la Administración Trump que con la seguridad del continente y sus democracias. Orillada en el diálogo, Europa aparece relegada al papel de pagador de la reconstrucción. No se puede disociar de esta situación la presión creciente para elevar el gasto militar hasta el 3 o el 5% del PIB, en buena medida destinado a la compra de armamento estadounidense.
El mensaje implícito es claro: más gasto europeo a costa de menos autonomía industrial, consolidando una dependencia tecnológica que contradice el discurso comunitario sobre soberanía estratégica y relega a la industria de defensa europea a un rol secundario. La alianza con Estados Unidos sigue siendo esencial, pero el riesgo de aceptar como naturales una relación más asimétrica, es evidente. Europa necesita definir con claridad sus intereses en comercio, seguridad y defensa, cerrar filas y explicarlos a su ciudadanía. Sin renuncias a su modelo de justicia social y bienestar colectivo, sino con una política industrial y de seguridad propias. El propio proyecto de construcción europea, identificado como rival al otro lado del Atlántico, está en cuestión.