Osasuna se quitó una mochila de encima sin brillo pero con mucha energía. Pero sobre todo lo hizo con normalidad, aprovechando a cada jugador en donde más daño hace, lo que te permite que Aimar piense, Rubén sea el corazón del equipo y Moncayola los pulmones de todo el grupo (incluso de los del banquillo). A veces es difícil, pero lo sencillo suele ser lo más efectivo. En El Sadar lo fue.

Osasuna tardó diez minutos en hacerle entender al Levante que la noche tenía dueño y apellido rojillo. Los de Valencia no se rindieron, pero Lisci pasó la tarde más cómoda desde que está en Pamplona.

Lo hizo, entre otras cosas, porque colocó a Aimar donde más destaca. Dándole el balón para que haga lo que más le estaba costando a Osasuna: transitar a máxima velocidad. Y como el chaval es un fenómeno, te cambia los equipos desde arriba hasta abajo. Se retiró tocado, pero parece que no es nada. Mejor porque ahora mismo es clave.

Y entonces apareció Rubén García, que llevaba semanas con ganas de recordar que en El Sadar, cuando él se gira, pasan cosas. Primero regaló un pase de esos que son media asistencia, media caricia y medio regalo. Los suele recibir Budimir, pero esos balones son tan buenos que el que lo aprovechó fue el más bajito de la clase, Víctor Muñoz.

Luego marcó él mismo. Un gol con una pizca de suerte porque golpea en un rival y que encima llegó en el rato que peor lo estaba pasando el equipo.

En el corazón del campo, como siempre que Osasuna quiere parecer un equipo serio, Moncayola puso la mesa, repartió cubiertos y, si hizo falta, fregó después. El navarro tiene esa capacidad rara de estar en todo y acabar el partido corriendo como el que acaba de aparecer sobre el verde. El de Garinoain es demasiado valioso en el centro del campo como para escorarlo en una banda.

Que sí, que las necesidades, los destrozos de las lesiones y esas cosas. Y que encima el 7 de Osasuna le pones ahí y te cumple. Pero es que para eso está la cantera. Por lo menos en un club como el rojillo. Y por ahí apareció por fin el once Arguibide. Justo cuando parece que Rosier apura los plazos para volver y que se va a fichar a alguien, el de Huarte se marca un partido como para que Braulio se plantee si con el francés y el canterano no se puede tirar y los esfuerzos tienen que ir a otros sitios.

El chaval cumplió con una sobriedad que descoloca: no se puso nervioso, no confundió valentía con llamaradas, y defendió como si tuviera apuntado en una libreta cada amago del extremo rival. A veces la mejor noticia de un lateral es que no te acuerdas de él hasta que reparas en lo bien que lo ha hecho. Pues eso.

Y El Sadar, que siempre sabe lo que ve, salió con esa sensación de que lo importante era ganar. Que se vieron cosas, aunque el nivel sigue estando lejos de lo que se espera. Pero había que ganar. Y se hizo sin sufrir. Examen aprobado sin mucha dificultad, pero la evaluación sigue.