Por qué seré yo así, se pregunta uno, a veces, a sí mismo. Como con extrañeza. Y no sabe qué responderse, claro. No obstante, cuando dialogas con el que no has llegado a ser, te das cuenta de que la tragedia también evoluciona. Igual que las emociones y el modo de valorarlas. Igual que los arquetipos y patrones de conducta: también evolucionan. Son los mismos, pero evolucionan. Igual que la comedia y el sentido del humor.
No es solo que lo que era gracioso ayer ya no lo sea, es más: es que ya no volverá a serlo nunca. Eso es evolucionar: que no se volverá a ser jamás aquello. Que ir hacia atrás es imposible. Y que, en realidad, estamos escapando. Y lo hacemos con nostalgia. Pero la mañana es espléndida, ha salido limpia y clara. Y lo cierto es que me encantan estas mañanas claras y frías de la vieja Iruña, Lutxo. Aunque llueva. A veces, subo por Ripagaña y, a veces, por el paseo fluvial y luego entro por el portal de Francia. Hoy, por ejemplo, me he encontrado dos guantes. Diferentes, sin embargo. Uno de señora y el otro de caballero.
Probablemente no se conozcan entre ellos. Me refiero a la mujer y al hombre que los perdieron. Tal vez el hecho de que yo los haya encontrado el mismo día signifique algo. Tal vez, esos dos seres errantes estén condenados a conocerse algún día. Tal vez surja algo bueno entre ellos. Lo que quiero decir, Lutxo, viejo amigo, es que ya que estamos tan atrapados por la fuerza, habrá que intentar disfrutar un poco de la magia, ¿no crees, viejo gnomo?, le digo el lunes, dado que me siento inspirado por Calíope. Y me salta con que hay muchas clases de magia. Empezando por la magia negra, exclama, rascándose la cabeza. Así que le digo que yo me refería a la blanca. Y entonces me salta con que hay muchos tipos de blanco. Ze pazientzia.