El fenómeno de las luces de Navidad no es nuevo pero va en aumento. Cada vez son más las ciudades que se suman a la tendencia de convertirlo en un potente reclamo, compitiendo unas con otras. Es el llamado turismo de luces. Da igual de donde viene la tradición, ni si la ha tenido alguna vez, lo importante es encender luces y cuanto antes mejor, porque así aparte de los días navideños se pillan los puentes que dan mucho juego.

Y hay lugares en los que siempre se ha cuidado esta tradición festiva, con sus mercadillos, y se nota, porque crean ambientes mágicos y cálidos en los que da gusto sumergirse, mientras que otras en esa competición lumínica quedan tan frías y casi horteras que te dan ganas de salir corriendo. Lo que comenzó como una tradición local se ha transformado en un fenómeno internacional. Sostenible parece poco, pero rentable sí que lo es.

Es curioso cómo buscamos la luz en Navidad y sobre todo en estos tiempos de oscuridad. Cómo nos gusta iluminar nuestras casas de manera diferente y pasear por ciudades con tonalidades nuevas, también por Iruña. Pero las luces de las calles no llegan a cubrir la verdadera necesidad de acabar con la oscuridad de estas fiestas o de estos tiempos.

No hay luces para mostrar lo que durante el resto del año tampoco queremos ver. Lo mismo de puertas adentro que de puertas afuera. Esa oscuridad cuando no hay extra que gastar, cuando la salud no sonríe, cuando los problema pesan más que la nieve y se posan, hasta endurecerse, como copos sobre el suelo que hay que pisar. La Navidad no siempre es luminosa, eso es verdad, pero nos gusta verla encendida. Y depende de cómo la mires. Sigue teniendo algo mágico, algo que brilla cuando se es eres capaz de prender la verdadera luz.