Podría pasarlo por alto y dedicar estas frases a cuestiones más elevadas o más importantes o quizá más entretenidas, pero pienso que a lo largo de todo un año con sus 200 y pico columnas hay tiempo para eso, así que hoy me centraré en ese asunto apenas perceptible pero que ya está ahí, como un hecho inmutable de la vida y que es de esas cosas que, qué coño, nos permite vislumbrar el futuro con un cierto punto de esperanza, sin la que, todos lo sabemos, no hay nada que hacer: ya alarga la tarde.
Sí, sé que esto ya lo traté quizá el año pasado o hace dos, no sé, pero me parece de importancia, tal y como está el patio. Nos hemos pegado cinco meses y pico viendo cómo va anocheciendo antes pero hoy lo hará a las 17.33 cuando ayer fue a las 17.32. Y no lo hará a las 17.34 hasta dentro de cinco días y a las 17.35 hasta dentro de una semana, pero ya es irrefutable que vamos hacia arriba.
¿Sigue amaneciendo más tarde? No nos importa, somos del equipo del atardecer, los atardeceres que se van retrasando son lo que nos da la vida a nosotros, acabaremos diciembre anocheciendo a las 17.42, enero a las 18.18 y febrero a las 18.55. No me digan que no es un horizonte. Porque lo es. Quizá no sea el horizonte que se veía en las películas de John Ford pero haberlo haylo.
Y es básico que sigamos creyendo en horizontes así, cuando parece que seguimos en una época de la historia en la que las sociedades están más acosadas por peligros y vacíos que en otras, o al menos así lo sienten -y hasta lo sentimos- muchos.
Ya, ya, son 15 segundos de mierda cada día, pero ya hemos tocado fondo, ya pasamos el día menos vespertino del año, con algo hay que animarse. Y además parece que va a haber sol y anuncian más para el finde. ¡Estamos que lo tiramos, señores y señoras, inunden las calles y montes como la primera tarde que nos dieron suelta en la pandemia! Qué siglo, por Dios. ¡Y sin tramos horarios!