El presidente del Gobierno de Navarra me ha enviado una carta para invitarme a un acto que presidirá y en el que se homenajeará a las personas que, habiendo sido funcionarias de la Comunidad, hemos dejado el servicio activo. La carta es amable y tiene, incluso, un cierto tono sentimental, ya que manifiesta que será la última en la que participará. En fin, todo muy bonito si no fuera porque la misiva sólo viene escrita en castellano.

Me cuesta entender que nuestro presidente tenga tan poca delicadeza, tan poca sensibilidad, como para no valorar el esfuerzo que algunas personas hemos tenido que desarrollar para, primero, aprender el idioma y, segundo, impartir docencia o realizar otra actividad que haya exigido su utilización, dándonos la pequeña satisfacción de cursarnos dicha invitación también en euskara. Dejando a un lado el hecho de que sea el único presidente de una comunidad con lengua propia que la desconoce de un modo casi absoluto, no se me negará que, ya no por convencimiento, sino por pura educación, podría haberse valido de los servicios de traducción que el Gobierno tiene para enviar la carta -que no llega a un folio de extensión- traducida.

La verdad, no encuentro motivo suficiente para acudir a un acto con el que su anfitrión dice homenajear y reconocer "tantos años de trabajo y dedicación", pero olvida que ese trabajo ha estado estrechamente vinculado en algunos casos, como es el mío, con el euskara.