No es un síntoma del Apocalipsis, pero que las cosas sean lo contrario de lo que deberían es para echarse a temblar. Actualmente todo son contrasentidos y paradojas: sueldos que no permiten vivir, creencias que no consuelan, gobernantes que no traen esperanza, abuelos que hacen de padres? Es tiempo de reaccionar.

Un gran sentimiento de orfandad se ha apoderado de toda una generación, atrapada entre las ruinas de un mundo que no va a regresar. ¿Por eso debemos tener miedo? Varias décadas atrás los jóvenes de nuestro país empezaron a darse cuenta de que la falta de libertad mermaba su calidad de vida. Nadie sabía qué era la democracia ni había instruido en la materia, pero aún así optaron por ella. Desde los liberales del FPD a los maoístas de la ORT pedían elecciones libres. Se enfrentaron a los problemas de su tiempo y vencieron, nos proporcionaron un mundo diferente donde la gente como yo hemos crecido.

Este valioso legado se está haciendo añicos entre la desesperación y la incredulidad; nunca pensamos que vivir enfrascados en nuestras vidas individuales saldría tan caro. Tras 20 años ajenos a los desafíos colectivos como sociedad, ponerse al día se ha convertido en un auténtico reto. El desempleo es sencillamente intolerable, la corrupción se ha extendido sin freno, los recortes minan la moral de la población y las noticias vienen patrocinadas por Standard & Poor's. Podemos ser pesimistas, pero no debemos actuar como tales. Nuestros padres se enfrentaron a una dictadura y a una crisis energética que dejó tiritando a medio mundo, dándole la vuelta a todo aquello. Parecía difícil pero lo hicieron.

Ahora nos toca a nosotros enfrentarnos a esta postdemocracia y volver al sentido originario de antaño. La tarea más inmediata es la de formar una nueva sociedad civil cuyos dispositivos de control sean imposibles de ignorar o desactivar. Debemos volver a marcar el camino, pues no habrá sosiego individual si antes no reparamos el engranaje colectivo. Denunciar la corrupción, la mediocridad o la especulación, es el deber más elemental y sencillo de todo ciudadano libre. Pero para ello necesitamos constancia (que viene dada por los valores y proyectos compartidos) más que visceralidad (producto del miedo y la desorientación). Regenerar un país, lo llames como lo llames, es la labor que nos aguarda tras cada amanecer.