Nuestras autoridades son capaces de soportar bastante bien la opinión pública en contra siempre que discurra por los cauces y se mantenga dentro de los límites por ellas establecidos o el que las encuestas les den una valoración de suspenso. Todo eso entra dentro del juego, y el juego electoral está suficientemente condicionado para que el peso de la opinión pública no condicione los resultados. Con eso se crecen, se creen por encima y les saca de quicio cualquier agravio, cualquier atentado contra su imagen, como es el caso de la cara de Barcina manchada de merengue. Reaccionan ante eso con desmesura, individual y corporativamente.
De acuerdo en que la finalidad de la cara de Barcina no es la de ser manchada de merengue, tampoco la finalidad de la tarta de merengue es la de ir a parar a la cara de Barcina. Yolanda Barcina y la Asociación de pasteleros franceses tienen motivo de queja y pueden pedir reclamaciones, de acuerdo. Pero ligar un impacto de tarta con el terrorismo internacional y hacer de ello cuestión de la Audiencia Nacional forma parte de su desmesura, fruto de su desmesurada egolatría.
La próxima vez que vea a uno de los tres encausados correré a una pastelería y les emplastaré una tarta en la cara, para acabar como ellos en la Audiencia Nacional. No les hubiera acompañado en el tartazo, no veo claro que sea útil a la oposición al TAV de la que me siento parte, pero me gustaría acompañarles en la Audiencia Nacional.