De todas las frases que he escuchado esta semana me voy a quedar con dos pronunciadas por el presidente de la Asociación Mensajeros de la Paz, el padre Ángel García, y que rezan tal que así: "?el día que salga la gente a la calle con pancartas diciendo que quieren comer, preparémonos?", y "en este país sobra mobiliario de oficina y falta sitio para comer". Tanto monta, monta tanto. La una y la otra van juntas, son indivisibles.

El exceso de muebles de oficina y sus ocupantes eventuales con salarios aberrantes es la causa principal de que falten el continente y el contenido en eso de llevarse algo a la boca. Ni comedores ni comida. Para llenar la barriga hace falta proveerse de las vituallas oportunas, y a tal menester se hace imprescindible un ingreso con el que comprarlas, pero trabajo que lo proporcione no existe ni tiene visos de existir. Mientras desde Cáritas no dan abasto, la riqueza se concentra cada vez más en menos personas, de forma que la clase media se está despeñando hacia la escombrera donde escarban entre la basura los que ya han sucumbido a la miseria impuesta por la torpeza, ineptitud y corrupción política en santa alianza con especuladores y banca.

Dice el padre Ángel que hay que prepararse para cuando la gente reclame pan. Siempre se ha dicho con razón que el español no se mueve hasta que no le falta el sustento. Y este empieza a escasear sobremanera, hasta el punto de que, junto a privilegiados que retozan entre hamburguesas hechas con solomillo de Kobe, trufas negras y setas silvestres, conviven otros que racionan las rodajas de mortadela que han encontrado en un contenedor, tras agrias disputas con otros masacrados por el sistema y la casta gobernante.

Hables con quien hables, todos dicen lo mismo y piensan igual. Esto va a estallar en cualquier momento. Esta sensación tan generalizada es para muchos un deseo, la única solución a su desesperada situación. Bien harían los que gestionan nuestra vida en procurarnos la supervivencia y despojarse de los excesos que rodean su proceder. Se están fusionando cabreo y necesidad, y quizá la paz social sea una ficción que tiende a diluirse en algaradas. Estos tiempos negros impuestos y/o heredados nos conducen, salvo milagro económico, al enfrentamiento. Así es como, por desgracia, lo veo y lo temo. Optimista que es uno.